«Patria»: Todavía un largo camino por recorrer

En un pueblo del Euskadi profundo, un pequeño empresario paga por primera vez el impuesto revolucionario. Pero cuando la banda le requiere un segundo pago, la desorbitada cantidad que le exigen le impide hacer frente a la deuda. El empresario quisiera comunicarse con ETA, explicar sus circunstancias, justificarse. Tal vez me entiendan -piensa- tal vez acepten un aplazamiento. En ese instante, nuestro hombre empieza a morir: desde el momento mismo en que confía que ETA comparta con él ciertos códigos morales –“si les explico, entenderán mi situación”: esto es, sentido común, racionalidad- ya está, por así decirlo, muerto. La banda, tan presente en aquel pueblo a través de las herriko tabernas y la militancia abertzale, se muestra ante él, en cambio, como un ente absolutamente inaccesible, etéreo: imposible comunicarse con algún dirigente. Al igual que Josef K. -el protagonista de la novela El Proceso, de Kafka–  nuestro empresario (Jesús María Lertxundi, alias Txato) es un ser perdido en el laberinto, acusado de un delito que no comprende e interpelado por una autoridad remota y omnímoda. Un buen día, la sentencia aparece pintada en todos los muros del pueblo: “Txato chivato”.  Y poco después, recibe un tiro por la espalda. A partir de aquí, la serie Patria, la gran revelación televisiva de la temporada, tratará de dilucidar si un hijo del mejor amigo del Txato -enrolado en ETA- es o no el asesino.

Asesinado por el hijo de tu mejor amigo… el argumento parece querer caracterizar la trayectoria criminal de ETA como una “guerra civil entre vascos”. Pero lo que muestra en realidad la serie es una guerra civil entre euskaldunes. Porque “Patria”, como el Procés en Cataluña, es una sinécdoque: allí no está toda la sociedad vasca. Quien la protagoniza es aquella parte del país que habla eusquera y que comulga, en sus diferentes variantes, con un nacionalismo sociológico. La propia reacción del empresario ante las pintadas que le acusan de “chivato” es más que elocuente: “pero si yo soy euskaldún… y nunca he tenido tratos con la policía”. ¿Cómo podéis tocarme, si soy uno de los vuestros?

El detalle no es baladí. Muestra hasta qué punto han calado ciertos relatos. Aun siendo Patria una serie valiente, que denuncia sin ambages la barbarie terrorista y sus justificadores, está penetrada, impregnada -siquiera en parte, siquiera inconscientemente- por marcos mentales nacionalistas. Así, mientras entre los personajes vascohablantes encontramos a gente de todo pelaje (miserables, dignos o mediopensionistas), los maketos (castellanoparlantes procedentes del resto de España) son casi siempre seres siniestros: el guardia civil prepotente y brutal; el inspector de policía torturador; el marido borracho y maltratador de una de las protagonistas (euskalduna). Por lo demás, personajes escasos, secundarios y periféricos.

¿Dónde están las familias maketas que sufrieron en aquellos años y que pagaron con sangre, exilio o soledad? ¿Qué pensaban, qué sentían desde su diferencia cultural, desde la paradoja de vivir en un país que era el suyo pero a la vez no lo era?  Y ya puestos: ¿Se imaginan hoy en día una serie con un personaje independentista que sea  maltratador y borracho? ¿Acaso entre la policía destinada en Euskadi no había también gente aterrada, cuyo único sueño era conseguir el traslado a su lugar de origen? A este respecto, tal vez sea didáctico recordar la historia de la primera víctima de ETA. Se llamaba José Antonio Pardines y era un guardia civil gallego de veinticinco años. El día 7 de junio de 1968 dio el alto a un coche donde viajaban los miembros de la banda Iñaki Sarasketa y Xabier Etxebarrieta. Tras pedirles los papeles del vehículo, se dirigió a la parte de atrás y, al agacharse para comprobar la matrícula, exclamó: “Esto no coincide”. Fueron sus últimas palabras. Etxebarrieta le disparó por la espalda: la misma muerte que el Txato. Treinta años después, en 1998, Sarasketa recordaría que intentó disuadir a su compañero de matar al guardia si eran descubiertos (“lo desarmamos y nos vamos”). “En cualquier caso” -asegura- “fue un día aciago. Un error. Como otros muchos en estos 30 años. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había necesidad de que aquel hombre muriera”.

Pardines, igual que Miguel Ángel Blanco (también joven, también hijo de gallegos), difícilmente hubieran sido protagonistas en Patria. Todavía queda un largo camino por recorrer.

 

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