Aunque Josep Maria Bartomeu ya es historia, la última batalla, situada en el rifirrafe con la Generalitat por la celebración del voto de censura, la perdió el presidente azulgrana porque realmente quiso. Bartomeu era plenamente consciente que podía convocar el acto de la votación los días 1 y 2 de noviembre, como se le imponía desde los promotores del voto y desde la misma Generalitat, sabiendo que a la hora de la verdad habría sido imposible hacerlo realidad.
La junta sabía que podía sostenerle un pulso y ganarlo, desafiar la luz verde que le daba la plaza de Sant Jaume para después mirarla a los ojos y públicamente poner roja a la administración por su ridícula postura, que sólo pretendía abatir el presidente del Barça.
En esta partida, todos conocían el final, que este fin de semana las circunstancias epidemiológicas, como el Govern había anticipado, impedirían la movilidad de la población y determinadas actividades sociales como, evidentemente, convocar 30.000 personas en el Camp Nou.
Aún así, la autoridad competente le había asegurado a la directiva el pasado martes, con la firma del presidente en funciones, Pere Aragonés, que nada impedía el voto de censura del FC Barcelona mientras su gobierno trabajaba ya en anticipar el confinamiento perimetral en Cataluña y municipal para este viernes.
Bartomeu se quedó con el mensaje subliminal más que con el literal, supo que si no era por esta vía, desde la política sería perseguido por tierra, mar y aire. Ya lo había manifestado públicamente uno de los poderes fácticos del independentismo, Jaume Roures. Como el Govern, Roures había dicho que si el voto de censura no funcionaba, entonces había que buscar otras formas para echar Bartomeu de la Llotja del Camp Nou.
Entre unos y otros, este aparato de poder soberanista ha demostrado su capacidad para arrinconar un presidente del Barça que, eso sí, ya estaba tocado y casi hundido.
La siguiente batalla, las elecciones a la presidencia. Muy pronto.
