Chile, el lucero del alba y la justicia social

Hace 32 años el pueblo chileno votó en un plebiscito que puso fin a una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica. Este domingo volverá a las urnas para decidir si pone fin a uno de los lastres heredados de esa dictadura, la Constitución impuesta por Augusto Pinochet que ha permitido blindar durante tres décadas un modelo que impide abordar reformas indispensables para luchar contra la inequidad.

Los ojos del mundo volverán a mirar hacia ese país remoto donde nací para escudriñar los resultados de un proceso electoral considerado el más trascendente desde el que permitió el regreso a la democracia en 1988. Si gana la opción Apruebo, se abrirá un proceso constituyente para redactar una nueva Constitución. Los chilenos y las chilenas decidirán también quién la redactará, si una convención de representantes electos completamente nueva o una mixta integrada también por cargos parlamentarios electos.

El plebiscito llega después de un año en que Chile ha vivido un estallido social sin precedentes. La bandera de lucha es la enorme desigualdad que se arrastra desde los años 80’ cuando se impuso un modelo económico neoliberal que sólo fue posible aplicar con la mano de hierro de una dictadura.

Chile es actualmente uno de los países más ricos de la región pero también uno de los más desiguales, algo que se ha hecho más duro de soportar en la última década. El coste del billete de metro se ha duplicado mientras los sueldos se han mantenido estancados. El precio de la vivienda ha crecido un 150% pero también servicios esenciales como la salud, la educación y las pensiones, privatizadas durante la dictadura. La mayor parte de la población sólo tiene acceso a servicios esenciales de calidad si paga por ellos. Los medicamentos tienen precios prohibitivos. Sube el agua, la electricidad, pero al mismo tiempo la clase política y económica protagoniza escándalos de corrupción millonarios.

En las últimas décadas, Chile ha conseguido un paso importante que es el de erradicar la extrema pobreza. En 1973, cuando el gobierno de Salvador Allende llegó a la presidencia de Chile, la gente vivía en barracas. Llegaban las lluvias de invierno y todo quedaba sumergido en un lodazal que se cubría de hielo por el frío. Hoy, las clases populares habitan viviendas modestas con servicios sanitarios en calles asfaltadas pero no pueden permitirse un tratamiento de cáncer o un buen colegio porque la salud, la educación y las pensiones están en manos de grandes empresas que se lucran con estos servicios esenciales.

“No es sólo por el alza del transporte público. Es por el robo de las AFP (administradoras de fondos de pensiones), es por el agua, la luz, por la impunidad para los ricos. Porque nuestros abuelos se mueren sin salud y con unas pensiones miserables”, decía uno de los mensajes que circulaban por redes sociales la primera noche de las protestas que comenzaron hace un año bajo el hashtag que ha dado nombre al movimiento: Chile Despierta.

La violencia policial y militar que viví manifestándome siendo una adolescente durante los últimos años de la dictadura, vuelve a ser parte de la vida de Chile. Las protagonistas son otras jóvenes pero los vehículos que les arrojan agua sucia para dispersarlas, los golpes y los abusos policiales en las calles y comisarías, son los mismos de entonces. Han crecido en democracia pero en una donde el 1% de la población acumula el 25% de la riqueza.

Hace un par de meses, el escritor chileno Jorge Baradit recordaba en un acto en el que coincidimos que Chile es un país en continua espera de un amanecer que permita un nuevo comienzo. El gobierno de la Unidad Popular materializó ese anhelo permanente de justicia social que está plasmado en las banderas chilena y mapuche a través de una estrella, el lucero del alba o lucero de la aurora. Es el astro que permanece en el cielo cuando los rayos del sol comienzan a salir anunciando la llegada de un nuevo día.

Este domingo los chilenos y las chilenas mirarán una vez más al cielo con la esperanza renovada que el proceso constituyente que se abre represente la llegada de ese amanecer que nunca llega, el de la justicia social que esperan desde hace un siglo.

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