Elegía a Eleazar

Agosto no pudo empezar de forma más fatídica: nada más comenzar el mes, el día 1, moría en Murcia un temporero nicaragüense, inmigrante sin papeles, víctima de la cruel explotación y la denegación de auxilio al que le sometieron sus patrones. Dos días después, el rey emérito Juan Carlos I abandonaba el país, ante los numerosos indicios que le señalan como sospechoso de haber recibido enormes sumas de dinero como “regalo” por parte de jerarcas árabes, de dudoso talante democrático. Hoy sabemos que se aloja en Emiratos Árabes Unidos –un país de pésima fama en el campo del respeto a los derechos humanos-, huésped, cómo no, de uno esos jerarcas. ¿Su régimen de vida? “Vivir como un rey”, “vivir a cuerpo de rey”. Nada como el lenguaje popular para retratar, de forma descarnada pero sincera, la realidad.

Eleazar, Juan Carlos. El contraste no puede ser más brutal. Pero es el reflejo de nosotros mismos. Porque pese a cumplir todas las formalidades de una democracia (elecciones cada cuatro años, etc.), somos, se quiera o no, una pirámide. Y estos dos hombres representan el abismo entre los dos extremos de la pirámide, la terrible desigualdad social y económica que nos gobierna, pese a vivir en democracia. El blanco y el negro entre los cuales se despliega la infinita gama de grises en la que vivimos usted y yo, grises que determinan nuestra posición jerárquica en el tinglado y lo bien (o mal) que nos ha ido en la vida.

Pero detengámonos en Eleazar. En su muerte ignominiosa, obscena. Eleazar Benjamín Blandón Herrera tenía 42 años y había llegado a España en octubre del año pasado dejando mujer (embarazada) y cuatro hijos en Nicaragua. Para empezar, su historia administrativa revela las profundas carencias de la burocracia española: solicitante de asilo (por manifestarse contra el  régimen de Daniel Ortega), un sistema saturado hizo que no le convocaran para formalizar su petición hasta meses después. Luego llegó la pandemia y lo paralizó todo.

Los solicitantes de asilo tienen residencia legal hasta que se resuelve su caso y pueden trabajar a los seis meses de su llegada. Pero Blandón, que no pudo formalizar su solicitud, quedó en un limbo jurídico: no podía ser expulsado, pero tampoco trabajar de forma legal. Intentó conseguir cita para arreglar sus papeles, sin éxito. Blandón no llegó en patera: era un sin papeles a la fuerza, víctima de una Administración anquilosada, incapaz. Eso le arrojó a un trabajo precario, al campo de sandías donde el día de su muerte soportó temperaturas que superaron los 44 grados, en pie desde las cinco de la mañana y sin que nadie le diera siquiera un poco de agua. Su hermana Ana relataba al diario El País que un día le llamó llorando: “Aquí a uno le humillan. Me llaman burro, me gritan, me dicen que soy lento. Te tiran el polvo en la cara cuando estás agachado”. Todo por cinco euros la hora. En jornadas que a veces iban de siete de la mañana a seis de la tarde. Pero la obscenidad, la sordidez, no se detienen ahí: según Ana, cuando su hermano se desmayó, víctima de un golpe de calor, nadie llamó a una ambulancia. Decidieron, por el contrario, esperar al camión con el que transportaban a los temporeros hasta el campo. Pero cuando llegó, alguien dijo que había que esperar a que todos terminasen de trabajar para utilizar el vehículo: claro, había que aprovechar el viaje. De vuelta, fueron dejando a cada temporero en su destino, uno por uno. Eleazar fue el último: “lo tiraron en el Centro de Salud de Lorca, ya desmayado”, denuncia.

La cadena de incapacidades comenzó con la burocracia española, pero fue la primera de una larga serie de ellas, a cada cual más grave: ¿Dónde estaba la Inspección de Trabajo, encargada de velar por el respeto a los derechos de los trabajadores? ¿Dónde los sindicatos, autodenominados “de clase”, para denunciar los abusos? ¿Dónde los políticos? ¿Dónde la izquierda? En suma: ¿Dónde hemos estado todos nosotros, que preferimos mirar para otro lado?  Porque se sabe -y se sabe desde hace tiempo- que la situación laboral que sufrió Eleazar no es un caso aislado: hay todo un sector de la industria agroalimentaria que se sostiene sobre el sudor y las espaldas de temporeros como él.

Pronto olvidaremos a Eleazar. De hecho, muchos ya lo han olvidado. Sin embargo, seguiremos especulando sobre si el rey emérito se aloja (o no) en un hotel de Abu Dhabi que cuesta la friolera de 11.000 euros la noche.

País.

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