Srebrenica, veinticinco años después

Si usted leía periódicos el verano de 1995 recordará la foto de una mujer con un vestido blanco y una rebeca roja. No se le veía la cara. Se había colgado de un árbol en las proximidades de una base de la ONU en Bosnia. Fue enterrada con el letrero: “Desconocida, Tuzla”. La foto apareció a mediados de julio de hace veinticinco años. Emir Suljagić escribe en Postales desde la tumba: “La única pregunta que me gustaría plantear a todos los amigos es si recuerdan dónde estaban el 11 de julio de 1995”. Aclara luego que quiere saberlo para asegurarse de que “no han participado en la traición. [Porque] lo que ocurrió en Srebrenica […] fue una de las más grandes traiciones de la especie humana”. Unos diez mil hombres fueron ejecutados por las tropas serbias de Mladic después de unas negociaciones inmundas con el batallón holandés de Naciones Unidas, encargado de proteger la ‘zona segura’ de Srebrenica. Richard Hoolbroke escribió que la no intervención fue el “mayor fracaso colectivo de Occidente”.

David Rohde (End Game. The betrayal and fall of Sebrenica) refiere un diálogo entre un oficial holandés y uno serbio: — “Esto me recuerda a lo de hace cincuenta años. Ustedes me recuerdan a los nazis”. — “No me llames nazi. Mi abuelo combatió contra los nazis con los partisanos”. El oficial serbio estaba furioso; otro oficial holandés trató de justificar a su colega: — “Está tan enfurecido porque su familia es judía”. Pero el oficial serbio no podía entender esa reacción porque no veía la relación. — “Entiendo que el tipo se ponga tan furioso pero estos no son judíos, son musulmanes”.

Tardamos en darnos cuenta de la magnitud de aquella atrocidad. Samantha Power escribió con ese motivo un meritorio ensayo (“A problema of Hell”. America and the age of genocide). En él refiere la visión de Clinton trasladada por su asesor Dick Morris: “Bosnia se ha convertido en la metáfora de la debilidad de Clinton”. Power traslada la impresión de que a Clinton le preocupaba más el daño que la caída de Srebrenica pudiera causar a su presidencia que la vida de los musulmanes.

Joan Ringelheim, directora de educación del Memorial del Holocausto de EE UU con una parte de su familia exterminada por los nazis, mostraba su perplejidad cuando fue invitada a dar una conferencia en Sarajevo: ¿Qué iba a decirles a los bosnios que estaban sufriendo la catástrofe mientras ella y otros americanos estaban construyendo un museo para recordar un desastre anterior?

Parece que uno de los elementos que contribuyó a cambiar la actitud de Clinton fue la foto de la mujer ahorcada. Se la mostró el vicepresidente Al Gore: — “Mi hija se interesó por esta foto. ¿Qué debo responderla? ¿Por qué están ocurriendo estas cosas y no estamos haciendo nada?”

Pasaron meses hasta que supimos que la mujer era Ferida Osmanovic, una entre los 25.000 civiles deportados de Srebrenica. Ocurrió cuando se mostró la foto a los huérfanos Damir y Fátima (13 y 10 años). La había tomado el periodista Darko Bandic, avisado por unos niños; dijo que sólo hizo dos tomas porque pensaba que no interesaría a nadie. Se convirtió en un símbolo. Damir y Fátima habían sido deportados y buscaron en vano durante días a su madre. Ferida había disuadido a su marido de huir por las montañas pidiéndole que permaneciera en Srebrenica bajo la protección de las tropas de las ONU. Sus hijos cuentan que con los gritos de los hombres asesinados su madre perdió la cabeza; supo que su marido nunca volvería.

Para una parte de la población serbia el 11 de julio es el día de la liberación o de la venganza sobre los turcos, como dijo Mladic; en otras palabras, un desquite de la caída de Kosovo en 1389, el mito del destino robado con el que Milosevic incendió los Balcanes.  

El modelo balcánico descansa en la segmentación tribal, reniega de los valores compartidos, despliega la retórica de la guerra cultural sostenida en una historia alucinada y, desde allí, engrana el conflicto intergrupal que, tras un reguero de destrucción, alumbra un nuevo sujeto político.

El sueño de la Gran Serbia produjo aquellos monstruos y decenas de miles de víctimas. Entre los miles de nombres que recuerda el granito de Potocari, el cementerio que acoge a los asesinados en Srebrenica, figura el de Selman Osmanovic. El modelo balcánico no es un endemismo.

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