Nos lo habían advertido

Escribo este artículo nueve semanas después del inicio del confinamiento, cuando empezamos a ver horizontes para volver a la normalidad, a pesar de que no será la misma realidad social y económica que habíamos conocido antes de esta crisis de salud global sin precedentes en la que todavía estamos inmersos. Durante este tiempo, nos han presentado la crisis de la Covid-19 como una guerra, y el virus como el gran enemigo a batir, pero hemos aprendido que el concepto de seguridad de un país, a menudo asociado a palabras como defensa o ejército, se asocia también a hacer buenas políticas de medio ambiente para afrontar las catástrofes naturales que asolan nuestros litorales; que la seguridad quiere decir tener una agencia de salud pública de calidad, ante la posibilidad más que probable de nuevos patógenos que provoquen enfermedades infecciosas; que la seguridad colectiva significa disponer de una red sanitaria y no precarizar a los trabajadores, dedicar recursos públicos a paliar la escasez o que la ciudadanía tenga equipamientos y servicios sociales a los que recorrer cuando los necesitamos.

Igualmente, la seguridad también querrá decir próximamente que las empresas, conjuntamente con los agentes sociales, cambien su ordenamiento y paradigma organizativo y sean más flexibles en sus horarios, para garantizar derechos como la conciliación de la vida profesional con la personal y familiar.

Pero lo peor es que estaban advertidos, tal como nos recuerdan algunos especialistas. Yayo Herrero, antropóloga, educadora social, ingeniera agrícola y voz autorizada en ecología social, explica que desde 1972 ya se advirtió y alertó –con el informe Meadows–
sobre los límites del crecimiento. Afirma que, de entonces acá, hemos dispuesto de la evaluación de los ecosistemas del milenio. Y que, por lo tanto, el problema radica en el sistema mismo que nos ha traído hasta aquí: un modelo económico que impacta negativamente en la biodiversidad, que es la mejor protección ante las pandemias. Para Herrero, el problema es el modo de actuar de este modelo perverso de acumulación y crecimiento instaurado en nuestras mentes como la única alternativa posible.

Hay que cambiar esta cultura y acabar con esta religión que repercute finalmente y trágicamente sobre nuestros cuerpos, tal como hemos constatado. Asimismo, el profesor e investigador en salud publica Joan Benach considera que las causas profundas de la pandemia
radican en la crisis ecosocial sistèmica de la humanidad: la urbanización desmesurada, la deforestación, el crecimiento masivo de la industria agroalimentaria o el aumento exponencial del turismo y, en particular, los viajes en avión.

Todos estos factores de crecimiento ilimitado resultan incompatibles con la vida misma y causan una pérdida de la biodiversidad que rompe los equilibrios de los ecosistemas, exponiéndonos a riesgos que no somos capaces de valorar hasta que se manifiestan dramáticamente, cómo en la crisis de salud mundial que sufrimos. Para Benach, no se trata de una crisis de cambio climático o pandèmica, sino de las consecuencias de un sistema político y económico (el capitalismo) que nos enferma y que, cuando entra en crisis, nos hace enfermar más.

Aun así, ¿podemos confiar en que este sistema pueda cambiar? Quizás se pueden ir logrando algunos cambios. Así, a modo de ejemplo, crear de nuevo una Agencia de Salud Pública catalana como ente interdepartamental e independiente de la consejería de
Salud, porque cómo es sabido, y gracias a una enmienda de CiU y ERC, fue extinguida en 2014, o conseguir que el Congreso apruebe, después de nueve años, el reglamento de la ley general de salud pública, para que se pueda configurar la red de vigilancia de salud pública y que se lleve a cabo su puesta en marcha subsiguiente, que ayudaría a unificar el método para medir datos (la unión y la organización en las epidemias es la primera medida esencial para combatirlas).

En cualquier caso, tal como habían advertido numerosos profesionales de la prevención de epidemias, nuestro sistema de salud es frágil,
castigado por años de recortes. Hay que tener en cuenta que no tenemos que presuponer que cuando llegue una segunda oleada del virus el sistema de salud publica lo podrá soportar. Hay que adoptar previamente las medidas preventivas oportunas y evitar recaer en un error capital de esta primera oleada: la autocomplacencia.

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