Ruido

Quienes, en medio del estruendo de la pandemia, levantan la voz para hablar de lo suyo corren el riesgo de que sus palabras se reduzcan a mero ruido, como así se denomina en comunicación toda señal no deseada que se mezcla con la señal útil que se quiere transmitir. Esto es algo de lo que, por ejemplo, les está ocurriendo al presidente de la Generalitat, Joaquim Torra; al líder de Vox, Santiago Abascal, o al presidente del PP, Pablo Casado.

Es de cajón, como así se ha puesto nítidamente de manifiesto, que para el común de los mortales el interés dominante en relación con la pandemia estaba en la forma de atajarla de la mejor manera posible. Cosa que, aquí y en toda tierra de garbanzos, corresponde organizar a los sistemas de salud y, en última instancia, a los Gobiernos. Nada pues de extraordinario el protagonismo del ministro de Sanidad, Salvador lla, y del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, que se ha convertido en inseparable compañero de fatigas de los confinados, que somos todos.

Unánimemente, la ciudadanía hemos entendido el sentido del Estado de Emergencia y cumplido a rajatabla lo de quedarse en casa, lavarse las manos y mantener una distancia prudente entre personas. Cosa que, exceptuando “honrosas” excepciones (Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, al principio…) se ha hecho en más de medio mundo. La escasez de recursos sanitarios para hacer frente a la pandemia tampoco ha sido exclusivamente nuestra. Inevitablemente, como si de una competición ciclista se tratara, se hacen comparaciones entre países y quizá hasta apuestas sobre quién llega primero a la meta. Pero la verdad es que nadie dispone del bálsamo de fierabrás para la dolencia.

El enemigo, tal como lo bautizó bélicamente Emmanuel Macron, es la Covid-19. En consecuencia, la señal principal, en este caso dominante, hegemónica, planetaria, es lo que tiene que ver con él. El resto acaba siendo ruido, psicológico, semántico o fisiológico. Interferencias intencionadas en el proceso comunicativo, destinadas a distorsionar u ocultar el mensaje, en beneficio propio, claro. O sea, quien apela a sus eternos enemigos o se inventa otros ajenos a la epidemia, ignora la recomendación de Ignacio de Loyola, de no hacer mudanza en tiempos atribulados. Porque si así se hace, se corre el riesgo de que las palabras, como a María Sarmiento, se las lleve el viento.

El ruido, siempre molesto, adquiere en el caso de Torra una sonoridad monótona, pegajosa, cansina. Habla de los suyo a los suyos. Es un disco rayado en el que, entre chirridos, suena lo de que “con la independencia habría menos muertos” o que “España nos mata”. Boicotea hasta donde puede la acción del Gobierno, apela al hecho diferencial pandémico catalán que los datos, tozudos, echan por tierra. Y a la hora de votar, lo hace en sintonía con Vox y el PP. No propone nada concreto para mejorar las cosas. Solo ponerse en lo peor. Así, como se auto-caricaturizaban los nacionalistas en Polònia, “si Sánchez se equivoca, nos apuntamos el tanto y, si acierta no pasa nada”. Quizás a Torra, ayudado por TV3 y sus medios afines, le descifren los mensajes sus feligreses. Como él, no se sienten interpelados por la pandemia. Lo suyo es la independencia de Cataluña.

El ruido de Abascal, fiel a su estilo, suena más bien a rugido. Sin complejos, acusa al Gobierno de convertir España en una gigantesca cárcel chavista y de violar la libertad de culto. Afirma que no necesitamos mensajes de la niña Greta ni feminismo radical, ataca a los emigrantes y sueña con un golpe de Estado. Es lo suyo. Nada nuevo bajo el Sol. Tiene una visión dicromática, que le impide distinguir algunos colores. Está fuera de foco, salvo, claro, para su procesión de fans, que Dios les coja confesados. 

Lo de Casado no tiene nombre. Es ruido de atasco automovilístico. En las antípodas de cualquier oposición inteligente, mira más a Vox (porque le gusta) que a su propia clientela. Prisionero de su ideología, incapaz de adaptarse, repite que tenemos el mayor número de muertos por habitante del mundo y no propone nada para evitarlo. Solo quiere aprovecharse de la epidemia y sabe muy poco de su oficio. No entiende, por ejemplo, que en situación de crisis la gente, mayoritariamente, busca seguridad, apoyo, aliento. Justamente lo que da el Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez, que Dios le conserve la vida durante muchos años.

(Visited 56 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario