Ladrones de cadáveres

El nacionalismo catalán, proclive como todos los nacionalismos a desenterrar el pasado para justificarse, está instrumentalizando los muertos presentes, históricos, simbólicos o estadísticos para extraer dividendos políticos. Algo que en el contexto de la pandemia resulta abominable.  

Con el auge del estudio de la anatomía en el siglo XIX, como los cuerpos de algunos ejecutados no eran suficientes para los estudiantes de medicina, surgió en Inglaterra un lucrativo mercado de cadáveres. Es decir, los cuerpos sin vida se convirtieron en una mercancía que se cotizaba a precio de oro y, en consecuencia, hubo que proteger cementerios con altas tapias y cercar las tumbas con rejas para impedir su exhumación forzosa. Inspirándose en estos hechos, escribió Robert Louis Stevenson The Body Snatcher, una novela en la que el protagonista, un estudiante, justificaba la compra de cadáveres en los beneficios que su estudio comportaba para los vivos, pero siempre sabía la horrible forma en la que terceros conseguían los cuerpos.

El pasado domingo 1 de marzo, a rebufo de su mitin en Perpiñán, Carles Puigdemont se presentó en la tumba en la que está enterrado Antonio Machado, en el cementerio de Colliure, para hacerse una foto, junto a una “estelada”, con la clara intención, como los ladrones de cadáveres, de asociar la figura del poeta a su causa para obtener beneficio. Allí estaban miembros del colectivo Juan de Mairena que, indignados al ver la bandera sobre la tumba, recriminaron al dirigente nacionalista. Entre ellos, Martín Alonso que, en una entrevista a EL TRIANGLE, decía: “Cuando un señor se va, rodeado de sus simpatizantes, a la tumba de Machado para llevarse su imagen, ponerla en su currículo y hacer campaña, comporta un envilecimiento comparable a la profanación de la tumba de Gregorio Ordóñez”. 

Quince días después, la ex-consejera de Educación de la Generalitat, Clara Ponsatí, dijo “De Madrid al cielo”, asociando el dicho a las personas que estaban perdiendo allí la vida por la epidemia. O sea, mofándose de los muertos o, dicho de otro modo, apropiándose de la tragedia en ciernes para hacer propaganda de su ideología. Carles Puigdemont se apresuró a tuitear a favor del comentario y la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie, apuntó que “nos preocupa el dedo que señala la Luna y no la Luna”, justificando a Ponsatí. Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, presentó una denuncia por odio ante el Tribunal Supremo y calificó las palabras de Ponsatí como “una burla de la muerte”. 

En esta estela, la ex-presidenta del Parlamento de Cataluña, Núria de Gispert; la portavoz de la Generalitat, Maritxell Budó; el consejero de Interior, Miquel Buch; el consejero de Políticas Digitales, Jordi Puigneró, … y el coro fúnebre que, insidioso, cansino, repite, mañana, tarde y noche que, con la independencia, Cataluña habría tenido menos muertos por coronavirus. Y al frente de todos ellos, coincidiendo por activa y por pasiva con la extrema derecha de Vox, el presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, que no desaprovecha ocasión para atacar al Gobierno de Pedro Sánchez, se refiere una y otra vez a los muertos. 

Utilizándolos, como los ladrones de cadáveres, a modo de mercancía, como así lo dejaba bien claro, a mediados de abril, el diario Le Monde, cuando, recogiendo las palabras de Torra, decía que “en Cataluña la lucha no es sólo contra el coronavirus sino también contra el Estado español”. 

Esta querencia por la muerte trasciende incluso de los muertos como tal para inscribirse en el ámbito de los símbolos, también mórbidos, como así puso de manifiesto el suceso de Colliure. Ejemplo fehaciente de ello, el enfermizo desenterramiento de Franco y del franquismo, asociándolo a España y a los españoles y disociándolo de Cataluña y los catalanes. Lo último (sábado 2 de mayo), la exhumación de la guerra civil del 1936 por parte de Joan Mara Piqué, director de Comunicación de la Consejería de Interior de la Generalitat, que no se corta un pelo a la hora de enaltecer la lucha armada, como en su momento lo hicieron los hermanos Badia, exquisitos cadáveres, reivindicados por Torra. 

Aquí hay algo serio, en el que no cabe el humor”, recalca Martín Alonso, refiriéndose a la instrumentalización política de la muerte y los muertos. “Uno de los indicadores de la degradación mental y moral de una sociedad es cuando se pasa una línea, que es la del respeto a los muertos”, señala.

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