Los pronombres del virus

Hace cinco años Pablo Servigne y Raphaël Stevens publicaron Cómo puede hundirse todo. Manual de colapsología para uso de las generaciones presentes. La colapsología definida como desplome o hundimiento de nuestra civilización adquiría así carta de naturaleza; hasta que llegó la Covid-19, que no estaba en ese plantilla y rompe por ello con el confort intelectual que siempre otorga la inteligibilidad de lo que nos pasa. La flecha prevista viene más despacio, escribió Dante. Por eso una de las razones del malestar es la incertidumbre que rodea a la epidemiología del virus. Desde la habituación al confort y al control, el carácter indefinido e inaprensible de la pandemia nos desestabiliza mentalmente. Los pronombres indefinidos cotizan bajo; los humanos ricos no estamos habituados a la zozobra (preciosa metáfora) y a la vulnerabilidad. La primera lección del virus habrá sido de humildad: una invitación a navegar con los pronombres indefinidos sin buscar chivos expiatorios.

Los chivos expiatorios marcan un salto a otros pronombres, los posesivos. La expresión paradigmática de la posesividad es la aserción “nosotros y lo/s nuestro/s primero”. Holanda y otros países se oponen a los eurobonos, la República Checa ha confiscado material médico destinado a Italia –que tampoco fue escuchada cuando  pidió ayuda a sus socios–,  los responsables autonómicos compiten por las compras urgentes en subastas desenfrenadas y reservan sus instalaciones para los autóctonos, en un ejercicio consumado de cantonalismo sanitario. Las fronteras mentales son móviles; se desplazan hacia un adentro cada vez más reducido, a un ‘nosotros’ menguante. De los pronombres posesivos a los personales.

La epidemia que conocemos es un fenómeno social total, impacta en todas las regiones de la realidad y pone en cuestión el catón de la mano invisible, la tercera persona mística del mercado. Como escribe la epidemióloga Marie-Paule Kieny: “la salud había dejado de ser prioritaria en un mundo globalizado en el que los gobiernos se focalizaban en la salud de la economía”. La subordinación de la principal instancia de provisión, el Estado social y democrático, a la lógica absolutizada del mercado, la inmolación de lo público y lo común y la desposesión de las agencias responsables de proveer servicios sociales explica en parte la indefensión ante el virus y torna indecente la indignación sobrevenida de quienes ayer privatizaban en nombre de la ortodoxia económica. En el origen de esta deriva está la dama de hierro que afirmó a la vez la inexistencia de la sociedad y de alternativas a la religión neoliberal.

El bien común ha sido la víctima propiciatoria de esta lógica depredadora, atacado a la vez desde el individualismo propietario (desigualdad) y el organicismo étnico (diferencialismo tribal). El virus, como todas las grandes amenazas, puede alentar estrategias múltiples, egoístas (en las diferentes expresiones competitivas del ‘nosotros’ particularista) o solidarias (las cooperativas del ‘nosotros’ común). De unas y otras tenemos plétora de ejemplos. Desde luego, el sentido común y la experiencia histórica recomiendan decididamente las segundas.

Porque no hay una force de frappe contra este mal, ningún remedio mágico frente a la incertidumbre y la vulnerabilidad, lo que nos queda es el escudo de la solidaridad, la obligación de unir fuerzas para hacer más sólida y más ancha la primera persona del plural. Como escribió Susan Sontag: “no debería suponerse un ‘nosotros’ cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”. Por razones morales –la dignidad compartida de todos los humanos– o pragmáticas –el virus no hace acepción de personas ni de clases, no sabe de estereotipos ni de privilegios, como querrían el darwinismo social o los identitaristas–. La pandemia es un fenómeno total. Para sus efectos psicosociales los lazos de la solidaridad son el remedio más poderoso. Esta dura experiencia nos invita en lo inmediato, a la vez a extremar las precauciones y a cultivar la calma; y en lo mediato, a repensar nuestro modelo de vida reordenando nuestros valores y transformando nuestras prioridades, a rehabilitar nuestra humanidad entendida como proyecto cooperativo y solidario

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