Viva la lucha feminista

Un año más nos encontramos a las puertas de la celebración del 8 de marzo, una jornada con más de un siglo de historia de lucha feminista pero que en los últimos años ha adoptado dimensiones planetarias. Millones de mujeres en todo el mundo teñiremos las calles de violeta el próximo domingo para reivindicar la necesidad de avanzar en la igualdad y en el fin de la discriminación y la violencia que sufren las mujeres y las niñas por el simple hecho de serlo.

En el último siglo se ha avanzado mucho. Las mujeres hemos conseguido el derecho a voto en la mayoría de países. El 1948 la ONU incluyó el sufragio femenino como un derecho humano universal. La presencia en los parlamentos ha ido creciendo y se ha situado en niveles alrededor de la paridad en países como Suecia, Nicaragua o España. Sin embargo, falta mucho camino para recorrer. No sólo en el terreno político, donde hay países en que las mujeres casi no tienen representación en las instituciones, sino en el terreno de los derechos y de la igualdad, en cómo se plasma la realidad de las mujeres en el día a día.

El 8 de marzo fue declarado en 1975 por la ONU Día Internacional de la Mujer Trabajadora, pero su historia se remonta a finales de siglo XIX, cuando las mujeres socialistas empezaron a organizarse para reivindicar unas condiciones laborales mejores. La marcha de las obreras textiles de Nueva York del 8 de marzo del 1857 reclamaba cuestiones que no eran muy diferentes de las que nos siguen preocupando hoy en día: mejoras salariales, jornadas de trabajo razonables, poder disponer de tiempo para la lactancia.

La carga que significan los cuidados y la crianza que intentaban visibilitzar las mujeres que murieron este 8 de marzo producto de la violencia policial, pero también las que murieron atrapadas en el incendio de una fábrica textil en marzo del 1911, sigue siendo una de las principales reivindicaciones del movimiento feminista, porque se trata, tanto entonces como ahora, de una cuestión que recae principalmente en las mujeres, y las hace más pobres pero también más vulnerables.

En el año 2009, la brecha salarial en Catalunya era del 23%, y en e 2016, la última cifra disponible, seguía siendo de un 23%. Las mujeres están mejor formadas pero sufren más paro que los hombres y más precariedad laboral. El 74% de los contratos a tiempo parcial en Catalunya corresponden a mujeres, porque no se los ofrece ninguna otra opción y también porque los recortes en las prestaciones de parvularios y en dependencia se han traducido en el hecho que han sido ellas las que han tenido que asumir el cuidado de los hijos e hijas, pero también de las personas dependientes. De hecho, el 97% de las personas que reconocen que trabajan a tiempo parcial en Catalunya por esta razón son mujeres.

Las mujeres conforman también el grueso de las personas que cobran menos de 1.000 euros al mes en Catalunya: son 7 de cada 10. La mayoría trabaja en los sectores más mal remunerados. El 84% son camareras, dependientas, administrativas o trabajan en el servicio doméstico. De hecho, el 88% de la mano de obra en el sector doméstico son mujeres, muchas de ellas inmigrantes que trabajan sin cotizar a la Seguridad Social y con unos sueldos que, según un estudio de la UGT, en muchos casos no superan los 343 euros. No sabemos cuántas son. En el pasado mes de noviembre, el sistema de la Seguridad Social de Trabajadoras del Hogar en Catalunya había contabilizado algo más de 60.000. Sin embargo, podrían ser unas 200.000 si hacemos caso a la OIT, porque la mayoría trabajan en la economía sumergida.

A pesar de que la Inspección de Trabajo en Catalunya tiene casi plenas competencias en la materia, de las últimas memorias disponibles se desprende que no se hizo ninguna actuación referida a las trabajadoras del hogar en todo el periodo cubierto: un año entero. No consta, cuando menos, que se haya solicitado una sola vez a los juzgados sociales la autorización previa para entrar en un domicilio en los casos de trabajadoras del hogar. ¿Cómo se explica este abandono total?

También se enfrentan a una situación extremadamente precaria las camareras de piso, las kellys, mujeres que sufren jornadas extenuants por las cuales algunas reciben un sueldo de apenas 600 euros. En ocho horas se ven obligadas a limpiar hasta 30 habitaciones, lo que las obliga a trabajar bajo una presión extrema. Hacen camas, limpian baños, cargan colchones, actividades que les provocan enfermedades crónicas e invalidantes. Con el agravante de que algunas no tienen contrato, porque son falsas autónomas, y no pueden optar a una baja laboral remunerada.

Este domingo tenemos que llenar las calles por todas estas mujeres, pero también por las que, más allá de nuestras fronteras, sufren todo tipo de discriminaciones. Por las que son violadas por los ejércitos en África, que han convertido esta práctica en una arma de guerra. Por las que son lapidadas. Por las niñas más pobres de la India que son víctimas de violaciones brutales que quedan totalmente impunes. Es una lucha global que traspasa fronteras y que requiere la hermandad y la solidaridad entre mujeres que desprende la palabra sororidad.

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