Hasta un cierto punto, las estrategias comerciales para mejorar los ingresos de un club de fútbol pueden ir algo más allá de los límites. Pero cuando esta frontera cruza líneas rojas quizás ha llegado el momento de preguntarse o replantearse lo qué está pasando. Esta alarma se encendió el día 18 de diciembre pasado en el Clásico Barça-Real Madrid cuando, en la puerta de acceso al Museo del Barça, apareció un enorme escudo del Real Madrid junto al del FC Barcelona, según parece como acción de una asistencia VIP a seguidores que, siendo su club el Real Madrid, habían comprado estas entradas especiales con derecho, incluso, a este tipo de halago complementario y quien sabe a cuántas cosas más.
Una situación extraña e inusual que quizás para algunos sea un signo de los nuevos tiempos y un recurso para aumentar los ingresos vía ticketing. Para otros en cambio supone la demostración de que la organización del club, comercial y de marketing, ha sido definitivamente invadida por generaciones de expertos en otra cosa diferente de la tradición azulgrana y de las esencias de club. La vulneración, que puede ser anecdótica esta vez, es un aviso para esta anunciada cesión de la explotación del nuevo Espai Barça a un operador externo a cambio de financiación.
Lo que quiere decir es que si el FC Barcelona aún no ha perdido el control total y absoluto de su propia estructura, al menos para impedir que se repitan estos detalles a los madridistas que vienen a ver el Clásico, es casi seguro que lo acabará perdiendo definitivamente cuando alguien sin escrúpulos y obligado a rentabilizar la enorme inversión patrimonial que supone el Espai Barça no tenga la obligación de seguir las reglas de juego, escritas o no. Porque el negocio del fútbol, les guste o no, sigue siendo emocional y si lo quieren cambiar este mismo negocio desaparecerá. Si no entienden que la rivalidad es un grado más de la grandeza del fútbol, igual que la deportividad, el respeto o el trabajo en equipo es que no han entendido nada.
