Sonría, por favor

A mediados de la década de los años sesenta del siglo pasado, el gobierno español comenzó la campaña llamada Sonría por favor, que inundó radio, televisión y vallas publicitarias , y que tenía el propósito de dar una imagen diferente del español bajito (tipo Alfredo Landa) y eternamente enfadado (tipo José Luis López Vázquez), imagen que para algunos constituía casi una característica genética de nuestros carpertovetónicos paisanos, y para otros un tópico que no era fácil combatir.

Años sesenta: otra campaña emprendida con éxito por el entonces ministro de Información y Turismo , Manuel Fraga Iribarne, fue la de Spain is different, que iba dirigida especialmente a los turistas que empezaban a visitar masivamente nuestras tierras y que tenían una imagen de España asociada a los toros, al flamenco y a Carmen de Merimée; una imagen de postal, tópica. El mensaje era más o menos este: España no es peor ni mejor que cualquier otro destino turístico; es simplemente diferente. Era diferente y quería sonreír al visitante .

En aquellos años tan mitificados, el escritor Manuel Vázquez Montalbán publicó Crónica sentimental de España, un libro emotivo y divertido dónde, entre citas de frases dignas de Celtibèria Show y reproducción de letras de boleros de la época, el autor iba repitiendo, como una letanía, que habíamos sobrevivido y no todo el mundo podía decir lo mismo. No está de más recordar que durante aquellos tiempos se puso de moda una canción de Alberto Cortez, titulada Eras diferente, que interpretaban, entre otros, Los Cinco Latinos y Lolita Garrido y que muchos turistas de la época debían bailar, complacidos de haber descubierto un país exótico y quizás también un buen ejemplar de latin lover, en las salas de los hoteles donde se hospedaban : "Eras diferente, diferente al resto de la gente /que yo siempre conocí (…) Eras diferente, diferente/; por eso al conocerte me enamoré de ti". En definitiva, como decía, en una frase que ha hecho fortuna el protagonista de la obra de Eduardo Marquina, En Flandes se ha puesto el solo: "España y yo somos así, señora".

Siguiendo estas dos campañas sonrientes y diferenciadoras, en torno a aquellos años se llegaron a fabricar (cosa insólita en un país tan lleno de gente tan seria, enjuta y uniformada) incluso ministros elegantísimos, opusdeísticos y con la sonrisa siempre en los labios, como por ejemplo López Bravo, a pesar de que la suya era una sonrisa más franquista que franca. Un tipo de ministro que algunos dicen que creó escuela, ciertamente poco duradera, entre la clase política del país.

Últimamente, sin embargo, desaparecidos López Bravo, los Cinco Latinos, Lolita Garrido e incluso Alberto Cortez,traspasado hace pocos meses, aquella sonrisa diferente que tanto habíamos ponderado y que tantos dividendos había proporcionado a los hoteleros, a los ayuntamientos de la costa y a algunos afortunados noctámbulos, ya no forma parte de nuestro ADN ni de nuestra tarjeta de presentación; ahora lo que se lleva –se vuelve a llevar- es un tipo de español adusto, de muy escasa sonrisa y con cara de desaliento más o menos permanente. Ya no es tan bajito como sus homónimos de los años sesenta, pero a veces lo parece.

También se tiene que decir que los turistas ya no son lo que eran; ya han descubierto que la presunta diferencia española consiste en haberse incorporado a destiempo a Europa, como aquellos estudiantes de máster que no acaban de entregar el trabajo de final de curso, pero que al final obtienen el título correspondiente.

No hemos dejado de reir, pero la nuestra es una risa barata; ahora reímos de tonterías, de chistes prefabricados por otros; reímos por reír (a menudo reímos sin reír internamente), al dictado de unos nerviosos presentadores de programas de televisión que hacen cara de apresurados, y que están absolutamente y totalmente pendientes de la hora, como si el éxito de sus programas dependiera, como en un ejercicio de oposiciones a registrador, de ajustar el contenido del programa a un horario predeterminado. A menudo reímos por no llorar, para no tener que silbar (por cierto, nadie silba ya en televisión). Lloren, por favor.

Recientemente un buen amigo, Miquel Àngel., me ha explicado, sonriendo ampliamente, que en un reciente viaje a Oriente ha encontrado un país lleno de gente acogedora, y con un gran sentido de la hospitalidad . Me animó a ir. Es un país, me decía, que no recibe más de trescientos mil turistas al año, y donde la gente ríe como nosotros reíamos antes. Este es uno de sus secretos. "Voy a ir a Oriente –dejó escrito el poeta Blas de Otero- para orientarme un poco". Aun así tampoco sé si esta es la solución.

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