«Las grandes culturas son fruto del mestizaje»

Entrevista a Manuel Peña Díaz
Manuel Peña Díaz
Manuel Peña Díaz

Profesor de Historia en la Universidad de Córdoba, dirige la revista “Andalucía en la Historia”, y ejerció durante una década en la UAB. Es autor de varias publicaciones, entre ellas “El laberinto de los libros”, que generó mucha polémica, y ahora de “Una Historia no oficial de Cataluña”. 

¿Es la historia un arma arrojadiza, especialmente en circunstancias como la que está viviendo Cataluña?

En la Autónoma, a finales de los 70 y principios de los 80, muy ideologizada, influida por el marxismo, nos dieron a leer un libro de Moreno Fraginals, historiador cubano que se exilió a Miami, que decía que la Historia había que utilizarla como arma. Fontana citaba aquél famoso eslogan de “conocer la Historia para comprender el presente y proyectar un futuro mejor”. Algo completamente erróneo y fallido. Conocer el pasado está muy bien porque nos permite entender las múltiples lógicas de la razón que han existido, de las cuales una triunfa. Lo que no debe hacer el historiador son análisis finalistas. O sea, como ya se lo que ha ocurrido, voy tirando para atrás en las consecuencias y me voy a las causas. Las causas pueden ser diversas, entrecruzadas y complejas. Ahí está el interés de la Historia, pudo haber historias que pudieron ser y no fueron. Hay que entender, por ejemplo, las múltiples lógicas que nos llevaron a la Guerra Civil.

La Historia, tan gratificante como la literatura en una lectura, digamos, no instrumentalizada ¿No se utiliza más bien como comodín ideológico, político o cultural, de determinados proyectos?

La Historia se ha utilizado fundamentalmente como un instrumento de legitimación de poderosos, que son cambiantes. Por eso, la lectura de la Historia se modifica. Además, cada generación, al margen de los poderes, tiene derecho a reescribir la Historia. La Historia no es “hemos cerrado esta etapa”, sino que es abierta. Esto conlleva que nos cargamos los dogmas, que la Historia ya está escrita y es inamovible. Y, además, la Historia también está para redescubrirla desde el presente. El “presentismo” conlleva riesgos, pero como es utilizada por los poderosos del presente, tenemos que entrar en ese debate. La Historia está en permanente construcción.

¿Cómo explicar esa querencia patológica del nacionalismo por la Historia?

Más aún que de sus usos, el problema de la Historia es su simplificación, la jibarización, el reducirla a identidades, períodos… Las etapas es un problema que tenemos los historiadores: renacimiento, barroco, ilustración, romanticismo… con el síndrome, además, del “eslabón” ¿Cómo conectas ahora esto con aquello? ¿Por qué interesa tanto este encapsulamiento al nacionalismo? Porque legitima su poder. Porque a medida que se sintetizan determinadas lecturas, se puede hacer una Historia de buenos y malos, vencidos y vencedores… La Historia, como es tan dúctil y maleable, resulta práctica para ser utilizada por el nacionalismo. Si tienes que explicar la Historia a través de píldoras, que mejor manera que reducirla a la mínima expresión: España contra Cataluña…

¿Es aquí donde fructifican los mitos? 

Hubo una polémica a mediados de los 80 en la que se planteaba la necesidad de cuestionar los mitos. Como historiador, no como antropólogo, esto no resulta tan viable. Eva Serra dijo que los mitos pueden ser cuestionados, pero la clave en ellos es que pueden ser movilizadores de identidades, de masas… Los mitos, en sí mismos, son bonitos. Puede incluso identificar o explicar en cierto modo algunas cosas. Están bien, pero no como hechos incuestionables inamovibles. Los mitos son invenciones, algunas bellísimas y otras desastrosas. El mito de España contra Cataluña, que daño está haciendo. 

¿Tienen algo o mucho que ver los mitos con los sentimientos?

Si. Emocionan muy bien, enervan. Los mitos de Prometeo o Ícaro, toda la mitología medieval, tienen mucha literatura, llegan fácilmente al alma. El romanticismo se alimenta de toda la mitología medieval. Tras una época de desastres, guerras, rupturas en los territorios que luego conformaron Alemania, el romanticismo permite tender un puente, como aquí en Cataluña, entre los años de la decadencia y el “mundo glorioso”, que fue la época medieval.

¿Mundo glorioso o mundo horroroso, el de la Edad Media?

El otro día juró una muchacha la Constitución, por las constituciones anteriores a 1714. Eso es un tremendo disparate. Porque aquello era sobre todo un mundo de privilegios de los estamentos: nobleza, clero, militares… Un mundo marcado por la supervivencia. La mortandad infantil era altísima; ahora sonreímos, entonces no, porque se perdían los dientes… Pero la Historia mitificada lo es, sobre todo, de ccnceptos, de dogmas, más que de vida cotidiana ¿Qué es eso de las libertades catalanas? Libertad de unos pocos privilegiados, en un momento determinado. Los catalanes fueron invasores de Cataluña. 

¿Se puede considerar 1714 el mito fundacional del nacionalismo catalán?

Últimamente sí, pero hay mitos anteriores. El mito fundacional ya lo formuló Pujol en 1988, con “El Milenario”. Se inventó aquello de que en el 888 se había reconocido la independencia de los condes catalanes. Eso entronca con todos los mitos de “noucentisme”, con personajes como Pompeu Fabra, que hizo más daño que la Renaissance, porque normalizaron la lengua y, al tiempo, una determinada cosmovisión de un pasado. A la hora de hacer ajustes de cuentas de memoria histórica, si fuéramos dignos tendríamos que hacerlo con Pompeu Fabra y con todos los racistas de aquélla corriente. Mientras la generación del 14 en España, con Ortega y Gasset, Marañón, buscaban en Europa referentes para salir de la crisis del 98, el “noucentisme” retorna a la época medieval, rescatando lo peor de lo simplificado, manipulado de la Renaissance. 1714, con Mikimoto a la cabeza, es algo reciente. Celebra el protagonismo de unas élites fanatizadas, integristas.

¿Dónde radica, actualmente, la fábrica de producción de ideología histórica del nacionalismo?

En el caso catalán, la clave está sobre todo en la conexión de determinadas familias catalanistas de la Universidad, algunas descendientes de ilustres franquistas, por cierto, con el mundo editorial, de los libros de texto. Incluido también el control del temario de las oposiciones. No creo que se trata de un plan preconcebido. Lo que proyectó Pujol no creo que fuera exactamente esto.  Tenían una idea y fueron metiendo dinero en ella, nombrando a dedo a los presidentes de los tribunales, que eran quienes decían como tenía que ir el curso…

¿Todo ello, digamos, en sintonía con los medios de comunicación públicos y privados afines?

Los medios de comunicación han estado absolutamente untados, subvencionados, y han entrado completamente en esa dinámica. Son cómplices absolutos del desastre al que se ha llegado. Deberían depurarse responsabilidades con gente como Toni Soler.

¿Entre la florida mitología nacionalista catalana, merece especial mención algún caso?

Hace muchos años, en La Habana, un negro me preguntó: ¿Español, catalán, de Barcelona…? Me gustaría ser blanco, aunque fuera catalán, dijo. Después descubrí que había una canción que decía eso. Pero aquí, aparte del artículo de Jordi Maluquer, en la revista “Recercas”, poco se había dicho sobre el esclavismo catalán. Cosa que posteriormente hicieron Fradera, Martín Rodrigo… Esa era una historia que se desconocía absolutamente, porque en la Autónoma nadie lo había explicado, quizá porque ni se sabía. Mi otra caída del caballo la tuve cuando, a los siete años, en el 69, un cura de mi pueblo, aquí en Cataluña, me dio un bofetón porque le contesté en castellano. Cuando luego se empezó a hablar de la represión del catalán, para mi había algo que no encajaba. Aquí hay matices. 

¿Los rebrotes nacionalistas por los cuatro costados, tienen algo en común?

Se está diciendo que es un efecto rebote de la globalización ¿Miedo a perder el espíritu de campanario de la aldea? Cosa que es más bien ilusoria, porque Barcelona, sin ir más lejos, no es una ciudad mestiza, sino más que eso, es multicultural. Y los catalanes son mestizos en origen. Su cultura es de aluvión y de cruce constante. Las grandes culturas mundiales son fruto del mestizaje. Que hubiera sido de Roma, sin el mestizaje con Grecia y de esta con el mestizaje del Próximo Oriente. En los años 80, estaba muy mal visto hablar de mestizaje. Era sinónimo de españolista. Claudio Esteva Fabregat, el padre de la antropología actual escribió un libro brillantísimo sobre el mestizaje en Iberoamérica, que daba muchas claves para entender el fenómeno. Algo muy incómodo para los nacionalistas.

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