Voces troyanas

Decía Charles Péguy que no hay nada más antiguo que un diario de ayer, ni nada más actual que un poema de Homero. A lo largo de siglos, la formación moral de los jóvenes se basó en el estudio de los clásicos griegos y latinos. Se creó, así, una tradición que hermanó a los europeos en un legado común, y que nos permitió disponer de modelos a través de los cuales poder entender la complejidad humana: el sentido del deber de Hèctor, la fidelidad de Penèlope o el amor paternal de Príamo forman parte de una extensa galería de ejemplos a seguir.

Con esta idea a la cabeza he abierto la Ilíada , con el ánimo de encontrar alguna idea, alguna historia,alguna voz que pudiera ayudarme a comprender lo que hoy vivimos en Catalunya. A medida que el lector se adentra en el gran poema troyano, hay una pregunta que se va haciendo a si mismo con un pasmo cada vez mayor y que, por mucho que se esfuerza, no consigue responder: diez años de batallas, tantas penalidades, tantos odios, tantos muertos… ¿para qué?

Los paladares poco exigentes aceptarán la explicación tradicional: el rapto de Helena –que Homero despacha en cuatro versos– fue la causa. Aun así, se hace difícil de aceptar que miles de hombres se enzarzasen en una guerra tan larga y devastadora por un motivo tan insignificante. ¿Eran así de inconscientes? ¿Tan poco valoraban sus vidas, familias y haciendas?

También hoy, en Catalunya, muchos nos preguntamos: ¿por qué? Según a quien hacemos la pregunta, obtendremos una serie interminable de respuestas parecidas a la del rapto de Helena: porque Catalunya es una nación ocupada, colonizada y humillada desde 1714 –o incluso, para algunos, desde el Compromiso de Caspe–, porque la Transición fue una farsa, porque España nos roba, porque el Tribunal Constitucional anuló una parte del Estatuto, porque vivimos en un Estado poco democrático y queremos construir otro de mucho mejor…Helenas y más Helenas, tantas Helenas para nutrir ingenuos como se quieran, pero –incluso llevándolas al límite y sumándolas todas– insuficientes para justificar porque un sector muy considerable de una sociedad como la catalana, que disfrutaba de una convivencia, una libertad y una prosperidad envidiables, decidió un día romperla, atropellarla y empobrecerla. ¿Por qué?

El Canto VI de la Ilíada recoge un episodio menor, el del encuentro entre el aqueo Diomedes y el troyano Glauco, que también nos tendría que hacer pensar. Apartados de sus ejércitos, pero "deseosos de combatir", los dos guerreros se encuentran frente a frente. "¿Quién eres?", pregunta el feroz Diomedes. Y Glauco, con la sangre fría de quien no tiene miedo a morir, explica a su rival de donde viene y quienes son sus antepasados, entre los cuales menciona a su abuelo Belerofont. Al oir este nombre, Diomedes "clavó la lanza en tierra" y replicó: "Entonces eres mi antiguo huésped paterno, porque el divino Eneo alojó en su palacio al eximio Belerofont, lo tuvo con él veinte días y los dos se obsequiaron con presentes magníficos. En adelante no nos tenemos que acometer con la lanza. Y ahora intercambiemos la armadura, para que todo el mundo sepa que de nos vanagloriamos de ser huéspedes paternos". Dos hombres dispuestos a matarse se enteran de que sus abuelos habían sido amigos, un nexo que inesperadamente los une y que no sólo les impide combatir, sino que les obliga a "vanagloriarse de ello", es decir, a celebrar y no manchar la amistad de sus ancestros.

Para nosotros, los catalanes, sean los que sean nuestro origen y nuestra manera de pensar, tendría que ser muy fácil "clavar la lanza en tierra". No sólo fueron amigos nuestros abuelos y padres. Lo fuimos nosotros mismos hasta no hace mucho. Y no solamente hemos compartido amistad, sino incluso la sangre, una sangre mezclada en centenares de miles de parejas, en millones de hijos comunes.

Igual que Glauco y Diomedes, en vez de ver en el otro bando a una masa anónima de adversarios, deberíamos hacer un esfuerzo por descubrir personas con nombres y apellidos diversos, con vidas únicas. ¿Quién eres?, sería bueno que preguntáramos a nuestro presunto rival antes de agredirlo. Quizás así, al revelarse hasta qué punto son miserables nuestras diferencias comparadas con todo loque nos une, con lo que hemos perdido y con loque todavía podemos llegar a perder, nos avergonzaremos de nosotros mismos y seremos capaces de enterrar, de una vez por todas, los viejos demonios.

 

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