Menores que cruzan fronteras

 

La existencia de niños y adolescentes que deciden irse de su casa y atreverse a cruzar fronteras es un fenómeno muy antiguo, recogido incluso (y casi de forma excesiva) en los cuentos populares. Uno de estos jóvenes migrantes fue mi abuelo, que con 16 años dejó atrás su Reus natal para embarcarse hacia “las Américas” en busca de oportunidades que su tierra le usurpaba. Los tiempos han cambiado, pero las migraciones de niños y jóvenes menores de edad es un fenómeno que se sigue dando, sobre todo en espacios de fronteras desiguales.

La migración de lo que se conoce como menores no acompañados (MNA) -un término acuñado por la Comisión Europea en 1997- es actualmente una de las mayores preocupaciones en lo que se refiere a migraciones internacionales hacia Europa. En los últimos años, España se ha convertido en el principal país del Mediterráneo receptor de menores que migran sin acompañamiento familiar. Según los datos del Ministerio del Interior se calcula que en este momento son más de 13.000 los menores de edad extranjeros tutelados por las Comunidades Autónomas, incluyendo Ceuta y Melilla. Estudios realizados por entidades como Save The Children y UNICEF señalan que los menores migrantes que llegan solos a la frontera sur, es uno de los colectivos más vulnerables. Aunque no hay un perfil claramente definido, se trata por lo general de niños, niñas y jóvenes que parten con un proyecto migratorio claro, ya sea trabajar, estudiar o ayudar a su familia. Otros escapan de situaciones de maltrato, pobreza, falta de recursos y también de violencia de todo tipo.

El 65% de los menores de edad tutelados en España es de origen marroquí. Otros proceden de Argelia, Guinea, Mali y de otros países africanos. Suelen ser infantes y jóvenes en situación de desprotección, pero a su vez autónomos y emancipados, obligados a asumir responsabilidades desde pequeños para salir adelante, en países donde el modelo de protección no les garantiza educación, sanidad ni seguridad de ningún tipo.

En Marruecos el paro juvenil se estima en un 70% y la migración de menores de edad se ha incrementado en los últimos años y también ha variado en relación a sus lugares de origen. Cada vez migran más niños de zonas rurales, en donde la pobreza se ha devenido crónica por la falta de recursos y por el desmantelamiento del tejido social formado por los vínculos de la familia extensa que antaño protegía a sus miembros. Se trata, además, de una pobreza en tiempos de globalización, donde los niños son conscientes de la desigualdad y desde pequeños, piensan estrategias para salir de ella. Saben perfectamente que “más allá”, “aquí al lado”, existe una Europa de bienestar y privilegios donde pueden conseguir mejores condiciones de vida. Están convencidos de que su único futuro es emigrar a Europa, tal como lo han hecho familiares, vecinos y amigos a quienes ven por Facebook e Instagram. Y allí llegarán, aunque eso signifique arriesgar su vida “haciendo risky” o en el mar.     

Pero Europa, a pesar de que está envejecida, no cuida a su juventud. En España la problemática de menores extranjeros no acompañados se aborda desde la perspectiva de la infancia (y no desde la extranjería como en otros países), pero el sistema de protección es deficiente por falta de recursos y también de modelo, algo que obliga a improvisar. Los centros de protección no son suficientes, se mezclan diversos perfiles de niños y a menudo están masificados y aislados. Los chicos deben realizar continuos traslados, por lo que se les dificulta consolidar redes de relaciones y escolarizarse.

El mayor problema es en Ceuta y Melilla, donde directamente no se cumple la ley y muchos menores están en situación de calle o salen de los centros sin documentación. ¿Qué clase de tutor deja a su hijo o hija sin documentación?­. Es justamente la falta de protección y de una conciencia social de lo que significa una tutela lo que los convierte en este momento en el colectivo más estigmatizado por la sociedad, por ser jóvenes y por ser migrantes.      

Europa está envejecida demográficamente, no dejemos que envejezca en valores. Cuidar a la juventud es cuidar el presente y el futuro de toda la sociedad.   

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