«De cada 100 euros gastados en sanidad, 30 son en medicamentos»

Entrevista a Joan-Ramon Laporte
Joan-Ramon Laporte
Joan-Ramon Laporte

 

Catedrático emérito en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Médico especialista en farmacología clínica. Fue Jefe de Servicio del Hospital Vall de Hebrón. Fundador del Instituto Catalán de Farmacología, ha publicado una veintena de libros, entre ellos “Principios de investigación clínica”. Ganó un juicio a la farmacéutica Merck, con amplia repercusión internacional.

¿Luchar contra el Sistema, en general, o contra el sistema farmacéutico, en particular?

Los dos son lo mismo y, en el campo de los medicamentos, esto se nota mucho, sobre todo a partir de 1995, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que es cuando nace lo que se entiende por globalización moderna. Entonces, la OMC establece que las patentes sobre medicamentos siguen las mismas pautas que cualquier otro producto de consumo. Esto afecta directamente a un derecho humano básico, que es el derecho a la atención sanitaria. Para ello, hay que tener acceso a los medicamentos necesarios. Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS), perdió la “S”, de salud, por la “C”, de comercio. Así, quien determina hora la salud en el mundo es la OMC, y sus políticas dictadas por las grandes corporaciones multinacionales farmacéuticas.

¿La industria farmacéutica está, en tal sentido, en manos privadas, como pueden estarlo, por ejemplo, las finanzas o el petróleo?

Si, lo está. A pesar de que los empresarios farmacéuticos dicen que son el sector industrial más regulado del mundo, es mentira, porque la regulación la han hecho ellos. Paralelamente, a la OMC se creó ICH (The International Conference on Harmonisation of Technical Requirements for Registration of Pharmaceuticals for Human Use), por iniciativa de las seis mayores compañías farmacéuticas globales de la época, con la participación de las tres áreas reguladoras comerciales más importantes en materia de medicamentos: UU.UU., Europa y Japón. Puede parecer que éstos se ocupan solo de cuestiones técnicas, ajenas a la política, pero no es así, porque la tecnología es política, y también el lenguaje. Por ejemplo, establecen que un medicamento solo puede ser aprobado si se demuestra que es eficaz (cosa que no está mal, respecto a los “medicamentos de charlatán”), pero que de entrada engaña al público, porque cuando te dicen que es eficaz es que crees que te va a curar. Pero, en la medicina moderna, los únicos medicamentos que curan son los antibióticos, que matan un germen que invade nuestro organismo. Los que actúan sobre las células pueden frenar la enfermedad, mejorar algún factor de riesgo, pero no curan.

Siguiendo con el lenguaje ¿Qué se esconde tras los diversos apellidos y variables terminológicas que va adquiriendo la medicina?

Por ejemplo, ellos definen las reacciones adversas de los medicamentos como “seguridad” y no inseguridad. Esto refleja un cambio de paradigmas, que han modificado la ideología médica, no solo en España sino en todo el mundo. La industria se ha apropiado de la idea de la medicina basada en pruebas que, inicialmente, era revolucionaria, pero que ha absorbido, integrado y vuelto a lanzar en beneficio propio. Así se acuñan conceptos como medicina de precisión, individualizada…, como si la medicina fuera una ciencia exacta, cuando es una ciencia de la incertidumbre. Lo que antes hacía el médico con el paciente (de una manera más paternalista, claro) era mirar a las personas. Ahora mira los análisis, los protocolos y, cuando está en la consulta, la pantalla del ordenador. Hay una frase de nuestro grupo aquí en España, que se llama “No gracias”, que dice. “Si cuando su médico le responde ‘porque lo dice el protocolo’, a la pregunta sobre algún tratamiento, cambie de médico”. Al médico vamos a que nos miren como personas.

¿Qué decir del relato mitológico que parece ir nucleándose en torno a la medicina, con términos tan sonoras y expandidos como cáncer, colesterol, parkinson…?

Un buen ejemplo de esto es el colesterol, que es visto como un enemigo de la humanidad cuando, en realidad, es un nutriente necesario. Un documental, producido por ARTE, titulado "Cholestérol, le grand bluff", explica una investigación periodística sobre cómo se inició, a mediados de los 60, una campaña sobre el peligro de las grasas en la alimentación, coincidiendo con el infarto que sufrió el entonces presidente Eisenhower. Se achacó a que comía dos huevos fritos con bacón para desayunar, etc. Y fue su secretario el que dijo que lo que no se contó es que era un fumador compulsivo. Y eso fue orquestado por los fabricantes de azúcar que, presionados por el mercado (afectado por la situación en Cuba), adoptaron medidas muy agresivas para incrementar el consumo. Cuando ya se empezaba a ver que el alimento más peligroso en los países desarrollados era precisamente el azúcar, desviaron la atención hacia las grasas. Hasta el punto de que en EE.UU. se llegó a crear la Comisión Nacional del Colesterol, que depende directamente del Presidente, y emite recomendaciones. Las últimas dictan que el colesterol no es un nutriente peligroso, sino necesario, y que las grasas no son malas, en sí mismas. Lo malo es el azúcar ¡A saber qué intereses mueven todo esto!

En el caso de España y de los países que disponen de sistemas públicos de salud, el cliente de las industrias farmacéuticas no es el consumidor final, sino la Administración ¿Este maridaje mercantil de los medicamentos con la política no constituye un factor estructural de corrupción?

Básicamente, en un mercado hay alguien que compra y alguien que vende. Y eso se rige por la ley de oferta y demanda. En el mercado del medicamento de prescripción no hay dos agentes, sino tres. El médico decide el consumo, sin consumir ni pagar por ello. Hay otro (paciente) que no decide el consumo, pero consume y, además, no paga o paga poco. Y hay otro que ni prescribe ni consume pero que paga, que somos todos, el Estado. Esto es de una perversidad enorme, porque cuando el que decide el consumo no tiene en cuenta el precio de las cosas, y el que vende (laboratorio farmacéutico) se relaciona directamente con el prescriptor, al que dedica enormes recursos para persuadirle de la bondad de sus productos. La industria farmacéutica en España gasta alrededor de un 30% de su volumen de negocio en promoción de medicamentos. Este volumen, para el sistema nacional de salud, es de 18.000 millones de euros. De esto, 6.000 millones se invierten en bombardear a los menos de 400.000 profesionales médicos, a veces con el eufemismo de que así conribuyen a su formación continua. Tienen compradas las sociedades científicas, corrompen a los políticos… El sistema de salud público, que responde un poco a la idea comunista de que cada uno aporta según su capacidad y recibe según sus necesidades, está dominado por el mercado.

Los laboratorios farmacéuticos han tenido un cierto peso específico en Cataluña ¿Ejercen influencia a escala local, o forman ya parte de un entramado global, como por ejemplo las finanzas?

Antes de la creación de la OMC, los laboratorios españoles, incluida Cataluña, tenían algo más del 50% del mercado español y mucha influencia sobre los políticos, incluidas relaciones familiares, culturales. Actualmente la influencia de la industria farmacéutica en España va más allá de su carácter nacional o internacional. El interés que hay detrás de la venta de la mayoría de los fármacos es de multinacionales farmacéuticas, porque no hay ningún laboratorio español que tenga patentada una molécula importante. La industria farmacéutica no requiere grandes inversiones estructurales y está diseminada por todo el mundo.

¿Y ante esto, como se preguntaba Lenin, qué hacer?

Hay posibilidades políticas de hacer frente a esto en cada hospital, en cada sistema de salud, en cada país, en la UE, y a nivel global. Por ejemplo, el Partido Demócrata americano planteó acabar con el sistema de patentes. Cosa que ha trascendido a la ONU, que se ha pronunciado a favor de cambiarlo, porque no es sostenible para muchos países, ya que impide el acceso a nuevos medicamentos, que pueden ser esenciales. A escala europea pueden acometerse cambios en las legislaciones sobre investigación médica, desarrollo de fármacos, vigilancia de la salud púbica… Y en España se puede intervenir no solo en las cosas que tienen que ver estrictamente con las políticas farmacéuticas, sino con el conjunto del sistema sanitario. Cuando los médicos de familia nos dicen que solo tienen cinco minutos por paciente, el conjunto se resiente. De cada 100 euros que España gasta en sanidad, 30 son en medicamentos. Suecia gasta 8, pero dedica mucho más a las personas que a comprar tecnologías a empresas multinacionales.

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