Cataluña tiene solución

En la base argumental del movimiento independentista hay un sofisma que hay que analizar y profundizar: "Aceptamos que no tenemos la mayoría social suficiente para declarar la independencia, pero los constitucionalistas tampoco tienen la mayoría social suficiente para mantener Cataluña unida a España. ¿Por qué tenemos que formar parte del Estado español si en el Parlamento hay una mayoría independentista (Junts x Catalunya, ERC y la CUP)? "(Bueno, ahora ya no, después de la negativa de Carles Puigdemont, Jordi Sánchez, José Rull y Jordi Turull a delegar su voto).

Esta situación de empate técnico entre nacionalistas catalanes y catalanes no nacionalistas se puede prolongar durante años y años sin que se decante claramente por nadie. De hecho, esta radiografía electoral es la misma que -escaño arriba, escaño abajo- se viene reproduciendo, bajo diferentes fórmulas partidistas y con diferentes procesos de ósmosis interna entre los dos grandes bloques, desde el año 1980.

¿Estamos los catalanes condenados a vivir en este escenario de confrontación perenne, tremendamente agotador y potencialmente explosivo y violento? Somos tan infantiles y cabezones para perseverar en una dinámica cainita que sólo nos lleva a la parálisis, a la autodestrucción, a la frustración y a la melancolía?

Presumimos de ser una sociedad moderna y avanzada, pero políticamente somos un desastre. No hay nada más revolucionario que aceptar el principio de realidad … para transformarla. Y la realidad nos dice que el futuro de este país fracturado por la cuestión independentista no lo debemos dirimir en un referéndum a cara o cruz que, inevitablemente, creará una situación de ganadores y perdedores, donde la brasa del conflicto identitario continuará ardiendo y destruyendo.

El problema son los inmovilistas, de un lado y de otro. Los hiperventilados que no quieren bajar del burro de la "independencia o independencia" y los que, como reacción, defienden el extremismo españolista a ultranza, si es necesario con sangre. Es obvio que si nos dejamos arrastrar por estos dos polos -que se retroalimentan- acabaremos embarrancados y, sobre todo, perderemos un tiempo precioso (aún más).

Aceptando que soberanistas y no soberanistas estamos empatados, lo más inteligente es acercar posiciones y explorar un ámbito de síntesis y de entendimiento. Esto lleva a buscar un modelo que nos resulte próximo y atractivo -olvidando las vías balcánicas o postsoviéticas, que no se corresponden con nuestras coordenadas geopolíticas-, como podría ser el encaje alcanzado por el Estado de Baviera en la República alemana.

Si creemos en el futuro de la humanidad en paz y progreso, si creemos en el futuro de Europa, si creemos en el futuro de la península Ibérica es obvio que el sistema de entendernos y organizarnos pasa por el respeto al principio universal de ciudadanía y por la integración de las diferencias en clave federal.

Siempre he pensado que los problemas de España tendrían solución si adoptáramos y adaptáramos la Constitución alemana. Al fin y al cabo, es un reflejo, con parámetros democráticos liberales, del modelo "austrohúngaro" que, aparentemente, tanto complace a los catalanes irredentos, en contraposición al modelo borbónico-centralista. (Aunque olvidan que el odiado conde-duque de Olivares y la pérdida de los territorios de la Cataluña Norte ¡datan de la añorada dinastía de los Austrias!).

Baviera, como Cataluña, también es una nación milenaria y fue formalmente independiente hasta el siglo XIX. Aquí se incubó y fue el principal baluarte del nazismo, un movimiento nacionalista hiperventilado con pulsiones expansionistas y genocidas. Tras la II Guerra Mundial, este territorio -que tiene una lengua y una cultura diferenciadas- quedó bajo el control del ejército norteamericano y vio reconocida su especificidad como Estado libre asociado en la Constitución alemana.

Los catalanes siempre hemos tenido un fuerte componente pragmático. El actual lío político e institucional que padecemos es intrínsecamente contraproducente, por todo y para todos (excepto para el Estado español, que sigue cobrando puntualmente los impuestos). Proponer una salida a este envenenado conflicto pasa por una cesión mutua de las posiciones enquistadas, como sucede en todas las negociaciones dialogadas.

Evolucionar la Constitución española hacia el modelo federal alemán -con especial relevancia en el Senado-Bundesrat, como cámara de representación territorial- y el encaje de la singularidad histórica de Cataluña con el reconocimiento específico que tiene Baviera. La Unión Europea, a buen seguro, acompañaría y apoyaría una vía de estas características, que la liberación de los políticos presos y el retorno de los expatriados facilitaría, sin duda.

 

 

 

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