La hora de la reconciliación

Por invitación del buen amigo Jacint Soler Padró -encarcelado durante el franquismo por defender la enseñanza del catalán- y en compañía del gran europeísta Francesc Granell y del economista Ferran Brunet, he participado en la presentación pública, en el Colegio de Periodistas, del Manifiesto por la Reconciliación, que paso a reproducir.

“Los firmantes, convencidos que la actual situación en Cataluña y la división existente entre los catalanes nos debilita a todos y por lo tanto debilita a Cataluña, expresan lo siguiente:

* Que hay que buscar fórmulas de acuerdo mínimas que permitan establecer un diálogo entre todos los catalanes con objeto de superar las desavenencias existentes.

* Que por ahora no hay fórmulas mágicas que nos permitan hablar de cómo tiene que ser el final de unas propuestas de acuerdo. Pero a pesar de esto hay que empezar a trabajar y hablar con todo el mundo tratando de buscar la conciliación y la concordia.

* Si queremos a Cataluña, y todos la queremos, no nos podemos permitir dar una imagen de confrontación y separación entre catalanes.

* La tarea es urgente. Hemos perdido ya mucho tiempo, pero hay que empezar a tejer relaciones y complicidades que nos lleven a que un día Cataluña se afane y trabaje como un solo pueblo. Para volver a ser una tierra respetada y fuerte, una tierra que incluya a todo el mundo.

* Ya sabemos que la tarea será difícil y larga. Pero hay que tener la voluntad y la perseverancia de acercar voluntades y anhelos. Nosotros queremos empezar a hacerlo. Ahora. Y nos abrimos a todos los que tengan esta inquietud y este deseo. Porque, creedlo, vale la pena. Por nosotros, por nuestros antepasados y por los que vendrán.

Por una Cataluña de todos y para todos”

Entramos en el periodo de vacaciones con la situación política muy degradada. El Parlamento ha suspendido las sesiones plenarias hasta el próximo mes de octubre por la gravísima crisis de confianza existente entre los partidos de la mayoría, Junts x Catalunya y ERC.

Hay la tentación, en una parte residual pero muy activa del independentismo (los hiperventilados que rodean al ex-presidente Carles Puigdemont), de poner en práctica la tesis de “cuanto peor, mejor” y dejar que los nueve presos por los sucesos del pasado otoño se pudran en vida. Todos los catalanes de buena voluntad -que somos la inmensa mayoría- querríamos que se acabara esta farsa y que los presos y desplazados puedan volver pronto con sus familias.

Lo expresé en la presentación del Manifiesto por la Reconciliación: casi sin ningún paréntesis, en Cataluña hemos vivido y sufrido, después del trágico y corrupto régimen franquista (1939-1975), el poderoso y corrupto régimen pujolista (1980-2003, más la coletilla 2010-18).

Desmontar un régimen -el que sea- que ha durado décadas siempre resulta largo y traumático y este es el proceso en el cual estamos inmersos y que en el caso de pujolismo, y así lo espero, ya llega a su fin. Cuando se va el “líder supremo” siempre quedan las redes clientelares –empresariales, políticas, funcionariales, mediáticas y sociales-, que se resisten a desaparecer. Esto es el que ha pasado en Cataluña en los últimos 15 años: la dura y penosa deconstrucción, ladrillo a ladrillo, del régimen pujolista.

En este sentido, la figura de Carles Puigdemont –y la de su monaguillo Quim Torra– es el último residuo de este régimen que, a pesar de todo, se niega a admitir la evidencia que su tiempo ha pasado y se ha acabado. Todos los analistas coinciden que la inflamación soberanista de los últimos años obedece al trasvase en masa de los antiguos seguidores y votantes de Jordi Pujol al campo independentista, siguiendo las consignas de Artur Mas.

Se trata de la última maniobra, a la desesperada, de las redes clientelares del pujolisme para no perder los privilegios acumulados durante décadas. Han jugado con la buena fe de la gente y, gracias a su potente aparato mediático –que siempre han controlado en base a generosas subvenciones-, han conseguido, de manera muy precaria, mantener sus poltronas en la Generalitat. Pero los independentistas “pata negra”, los que, procedentes del viejo PSAN, se han incrustado en ERC y en la CUP, ya les han visto el truco y han decidido acabar con esta tragicomedia. En ello estamos.

Del mismo modo que en España salimos y superamos el franquismo con un gran esfuerzo de reconciliación que se sintetizó en la Constitución del 1978, en Cataluña tenemos que hacer el mismo después de la caída del régimen pujolista: independentistas y no independentistas tenemos que trabajar juntos para encontrar la fórmula que nos permita convivir y avanzar fructíferamente, por el bien de todos y de las generaciones que nos vienen detrás.

Este es el sentido que doy al Manifiesto por la Reconciliación que he firmado y que, en mi opinión, tiene dos columnas que habrá que esculpir con inteligencia, diálogo, negociación y espíritu constructivo: un nuevo Estatuto que cierre las heridas abiertas con la sentencia del Tribunal Constitucional del 2010 y una nueva Constitución que ponga al día la evolución de la sociedad española desde el 1978 y recoja explícitamente la voluntad de “ser” de Cataluña.

La desprestigiada clase política, española y catalana, tiene la oportunidad de regenerarse y de justificar los espléndidos sueldos que cobran. Tienen mucho trabajo por hacer en beneficio de todos y hay que exigir que se dejen la piel en ello.

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