Ya sé que los catalanes somos meridionales y mediterráneos y que estas coordenadas nos dan un carácter específico, muy diferente, por ejemplo, de las sociedades nórdicas que admiraba y evocaba el poeta Salvador Espriu. Pero nuestra idiosincrasia colectiva -que por otro lado resulta muy atractiva para la gente de otras latitudes-, no nos debe impedir construir un país genial, como el que propugnaban nuestros modernistas, pero a la vez limpio y ordenado, como el que soñaban nuestros noucentistes.
Desgraciadamente, hemos heredado del pujolismo una Cataluña sucia y caótica, de la que no nos podemos sentir orgullosos. La especulación urbanística, la corrupción, la debilidad de la administración, la primacía de los intereses privados sobre los colectivos y el irresponsable derroche de los recursos públicos han hecho que Cataluña presente, en muchos sentidos, un aspecto lamentable.
Enumero algunos de los problemas estructurales que tenemos y sufrimos:
· Una terrible descompensación territorial, que concentra el grueso de la población en la franja litoral -la más amenazada por los efectos del cambio climático-, en detrimento de las zonas rurales y de montaña, que han continuado despoblándose y que cada vez están más envejecidas.
· Una expansión desmesurada, con la complicidad criminal de la administración, de las granjas y de los mataderos de animales (cerdos y gallinas), que han convertido Cataluña en un gran estercolero al aire libre que envenena las aguas freáticas.
· La permisividad con las minas de potasa que explota la empresa israelí ICL en la comarca del Bages, culpable de la grave salinización de la cuenca central y baja del Llobregat.
· La regresión del Delta del Ebro ante la falta de aportación de limos, enjaulados en la cadena de embalses de la cuenca, y la falta de iniciativa de las administraciones para parar y revertir esta catástrofe ecológica anunciada.
· El abandono de los bosques y el desorden que sufre la fauna autóctona, alterada y amenazada por la presencia de especies invasoras ajenas a nuestro ecosistema.
· La implantación masiva de los cultivos que emplean semillas genéticamente modificadas, sin hacer caso de las recomendaciones europeas.
· La apuesta energética por las centrales nucleares, a pesar del gravísimo accidente que en 1989 afectó a Vandellòs I y provocó su clausura definitiva. Los tres reactores atómicos que quedan no paran de sufrir fallos y escapes radiactivos.
· Las autopistas de peaje, titularidad del Estado y de la Generalitat, que penalizan injustamente la movilidad de los catalanes, a pesar de que ya están más que amortizadas. El próximo vencimiento de las concesiones tiene que comportar, sí o sí, su gratuidad.
· La pervivencia de los infames barracones escolares, que contrasta, por ejemplo, con los onerosos contratos de TV3 a productoras privadas de los amiguitos de la casa y de la causa.
· La dependencia estratégica del turismo de masas, que incrementa la contaminación, estacionaliza la economía, precariza la ocupación y está provocando una aguda crisis habitacional entre los jóvenes, los inmigrantes y los trabajadores.
El nuevo gobierno de Quim Torra tiene trabajo. ¿Lo hará? ¡Así lo espero! Si no es así, a la calle.