Las opiniones que los hiperventilados de uno u otro lado han vomitado a Twitter durante los momentos clave del procés han hecho que, en algunas ocasiones, pesen más estas presiones que la lógica política o la voluntad de consenso entre las partes. Y si alguien parece especialmente permeable a lo que dicen y opinan en las redes sociales -que no siempre tiene que coincidir con el que opina y dice la mayoría de sus votantes o simpatizantes- es la gente de Junts per Catalunya (JxCat).
La última prueba la han protagonizado los diputados al salir de la reunión con el resto de partidos donde el presidente del Parlament, Roger Torrent, les propuso un acuerdo para respetar que pudiera haber símbolos como el lazo amarillo dentro del hemiciclo, pero sólo en los escaños de los diputados, dejando de lado los asientos del gobierno, que están ocupados por los miembros del consejo ejecutivo.
A la salida de la reunión, la propuesta los gustaba, y mucho. Pero Twitter les atacó por demasiado blandos. Y sólo un día después cambiaban de opinión y reclamaban que el lazo amarillo pueda estar también en la bancada del gobierno. Parece que, en ausencia de Carles Puigdemont, quien manda a JxCat es Twitter.
