El Mundial de fútbol ya está aquí. 32 países competirán para hacerse con el título y durante unas semanas asistiremos a una exhibición de himnos, banderas y fervor «patriótico». ¿Es correcto hablar de «patriotismo» en este caso? Cada país tiene sus propios cánticos. Nos habituaremos a escuchar a gente cantando «¡Yo soy español, español, español!» o el clásico «Que viva España» de Manolo Escobar, que tan mal suena a los independentistas catalanes o vascos. En cambio, no les molestará la curiosa y divertida forma que tienen los islandeses de acompañar la interpretación del himno de su país con sonidos guturales y aplausos acompasados. Medio mundo estará frente al televisor viendo este espectáculo mezcla de fútbol y competición entre naciones.
A los que no nos gustan las banderas y las patrias tendremos que relativizar las expresiones nacionalistas de estos próximos días. Si nos gusta el fútbol intentaremos hacer abstracción de esas expresiones y centrarnos en la cuestión meramente deportiva. En los Juegos Olímpicos pasa lo mismo. Allí todavía tenemos la esperanza de que en las competiciones individuales los atletas se representen a sí mismos y no al país donde nacieron o del que tienen la nacionalidad. Algún día lo conseguiremos. Pero ¿qué hacer con los deportes colectivos? ¿Cómo se pueden organizar competiciones entre equipos a nivel internacional sino es en base a selecciones nacionales?
Los que apostamos por un mundo federal, donde las fronteras entre países vayan desapareciendo, ¿qué opción alternativa podemos ofrecer?
Mal asunto, si tenemos que atenernos al camino que señala la globalización. No es nada atractiva la idea de que en las competiciones mundiales las selecciones nacionales sean sustituidas por marcas empresariales.
Aún prefiero que las semifinales del Mundial las jueguen España y Alemania por un lado e Inglaterra y Brasil por el otro a que los emparejamientos fueran, por ejemplo, Google-Amazon y Goldman Sachs-Airbnb.
Sigo pensando en ello.
Se aceptan sugerencias.
