Entrevista a Gemma Galdon

Doctora en políticas públicas y de tecnología
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Doctora en políticas públicas y de tecnología, especializada en la vigilancia, el impacto social, legal y ético de la tecnología; las ciudades inteligentes y la privacidad, y las políticas de seguridad. Es socia fundadora y directora de Éticas Research&Consulting.

¿Entre todos los efectos y derivadas del «Procés, cuál es el más relevante, trascendente o peliagudo?

Lo más preocupante es la división social, en nivel de tensión y de animosidad reinante, y la judicialización de la política. Algo que ahora se ha exacerbado pero que, de algún modo, estaba latente en la sociedad catalana. La creación del catalanismo político, en base a una división muy clara entre el cátalo-hablante, de ocho apellidos, dueño de la fábrica, y el castellano-hablante que emigra, y es trabajador de la fábrica. El catalanismo se basa mucho en eso, en una tolerancia de «mientras trabajes y lo hagas bien para mí, que soy el dueño de la fábrica, será aceptado». Esa lógica, que es muy de Pujol, la arrastramos desde hace un montón de tiempo.

¿Y ahora?

Ahora hay otras corrientes globales que creo han encontrado en Cataluña un escenario perfecto para proliferar. Hay temas como la «hooliganización» de la política. La gente ve los partidos políticos y sus posiciones como ser del Barça o del Madrid. No como un ejercicio de crítica a la sociedad, sino como de posicionamiento heredado de tus padres. Una cosa que no cambias nunca. Yo soy de este partido o de esa idea y no la cambio, pase lo que pase. Algo que esto está ocurriendo en todo el mundo, por desgracia.

¿Cómo se manifiesta la escisión entre estas dos Cataluñas?

He crecido en una Cataluña muy problemática en este sentido. Pertenezco a los de ocho apellidos, pero en un entorno muy disfuncional. Una zona de nadie de alguien muy catalán, pero sin recursos. Esto me hizo ver las cosas como muy desde fuera. En Mataró, de donde soy, los que hablábamos catalán, dueños de la fábrica, vivíamos en el centro y en los barrios de la periferia los castellano-hablantes, que trabajan en la fábrica. No eran como nosotros, eran charnegos. Había un grupo que nos quedábamos en medio, pero era la manera de estructurar la sociedad, en base sobre todo a la lengua y el origen. Y también por cuestiones de clase.

¿Hay un sentimiento agónico en la Cataluña catalano-hablante?

Hay un tema agónico, muy vinculado a la lengua, pero, por suerte, en los años 80 se hace un discurso en catalán, pero positivo. Es un valor que personas que vienen aquí de nuevo se incorporen a la comunidad catalano-hablante. Ahora empiezan a surgir voces, que entonces fueron muy marginales, que dicen que esta gente no se adaptó, que hablar catalán no es suficiente, que hay que sentirse catalán… Pero en los 80 conseguimos crear esta idea de la catalanidad de Maragall, dinámica, transversal, y muy basada en la lengua. Es la parte más igualitaria del discurso catalanista, pero hay otro discurso catalanista, que representa Convergencia y, sobre todo, Pujol, que es muy de clase y de que los charnegos pueden quedarse mientras no molesten y no formen parte del espacio de decisión política. Pujol tenía un odio furibundo a toda el Área metropolitana. No entendía esta zona, para él caótica, en contraposición al espacio bucólico del nacionalismo.

En cualquier caso, no parece una cuestión de mayorías y minorías sino, en todo caso, de ámbitos social y políticamente muy igualados…

Sin embargo, en el discurso público la otra Cataluña nunca ha sido relevante. La Cataluña que se expresa en catalán siempre se ha visto como mayoría, una mayoría que se siente muy amenazada también. Además, el catalán cree que merece ser mayoría. Esta patrimonialización del país y esta ignorancia autoimpuesta, el no querer ver al otro diferente y negarle la ocupación del espacio público, es lo que nos marca después de la transición, y ahora esto nos explota en la cara. Creíamos que habíamos sido una sociedad que había conseguido llegar a unos consensos más o menos sanos, y el «Procés» se ha cargado eso y nos deja una sociedad muy rota y muy difícil de reconstruir.

¿Crees que en la comunidad nacionalista se empieza a tomar conciencia de la existencia de la otra Cataluña?

Tanto el independentismo en su forma actual, como el nacionalismo español en Cataluña, en su forma actual, son fenómenos nuevos. Hace diez años no existía este panorama. El independentismo era residual y no era un proyecto político con una hoja de ruta. El españolismo en Cataluña tampoco fue excluyente, ni tuvo una presencia importante, ni había mucha gente que se identificara como identidad única. Lo que ha hecho el «Procés» es aumentar los nacionalismos en ambos lados. Por suerte, no hay un españolismo próximo al franquismo. Esto es todavía muy marginal. La mayoría de la gente, incluso los castellano-hablantes, tienen apego a la tierra, como yo lo siento sin ser nacionalista. Pero una cosa es el apego y otra que eres mejor que el andaluz, el murciano, el gallego o el madrileño. El discurso nacionalista actual es terriblemente peligroso.

¿Hay algo, más allá del juego político y las ideologías, que ha incrementado el malestar en las clases medias catalanas?

Hay una crisis en las clases medias de Occidente. Hay tres zonas donde esto es muy evidente. Una es EE.UU., con la elección de Trump, otra es Gran Bretaña, con el Brexit y la otra es Cataluña, con el tema independentista. En ellas, la frustración de las clases medias está dando lugar a monstruos políticos. Tenemos unas clases medias descontentas, y con motivo. Todo lo que decíamos en el movimiento antiglobalización, hace veinte años, ha acabado ocurriendo. La deriva neoliberal llevaba al empobrecimiento de grandes masas de la población, a la desaparición de las redes de protección social, cosa que lanzaba las clases medias y populares a un abismo, con consecuencias políticas muy graves, que estamos viendo ahora, Ese descontento acaba reflejándose en un voto que no tiene nada de político, entendido como consecuencia del análisis de las condiciones materiales. Es un voto de castigo, tan incomprensible, que al final acabamos culpando a los algoritmos, cuando los «boots» rusos no tuvieron nada que ver.

Pero parece que en el nacionalismo catalán hay un elemento diferencial, que confunde e irrita, que es su camuflaje progresista…

Esto no es de ahora. Yo que vengo de una familia de izquierdas, leída y formada emocionalmente en la izquierda, no caigo del guindo de darme cuenta de que en Cataluña gobierna la derecha hasta que tengo 18 años. Consecuencia de una conversación con unas holandesas que conozco por la calle y acabamos amigas, que me preguntan sobre Cataluña y me doy cuenta que cuando hablo de ello lo hago considerando que es más moderna que el resto de España. Hasta que me doy cuenta de que gobierna Convergencia… Tenía interiorizado que nuestra derecha es una derecha de izquierdas. Ahora dice Puigdemont que no es de derechas ni de izquierdas, Jordi Pujol siempre dijo ser de centro…, a pesar de que muchas veces estaba más a la derecha que el PP. Pero han logrado que nos convenzamos que nuestra derecha es progre. El movimiento convergente está más cercano a preceptos del franquismo que de izquierdas.

¿Estamos aún a tiempo de resetear las cosas y empezar a construir un marco nuevo de convivencia?

Hay que gente que ve y desea esto, pero hay pocos incentivos para avanzar en esa dirección. Desde el análisis racional, se reconoce que hay un problema y hay que superarlo, pero, en realidad, están convencidos de que quien gane las próximas elecciones será capaz de mantenerse como el mayor «hooligan» de uno de los bandos. La política, más que de creencias, es un espacio de motivaciones ¿Tiene ahora Convergencia incentivos para abandonar la irresponsabilidad? Ni uno. Y Esquerra está inoperativa. Espero equivocarme, pero Convergencia siempre flota.

¿Cómo se explica entonces la incomprensible migración del Convergencia del autonomismo al independentismo?

Porque en ese momento estaban al borde del abismo, del previsible castigo electoral por los recortes y la gestión de la crisis. La cosa fue o te suicidas ahora o te vas por este otro atolladero, por cual igual no te acabas matando. Se meten por este camino, de manera irresponsable, sin nada previsto, pero es verdad que siguen vivos.

¿Por dónde puede empezar la desescalada?

Todo el mundo va con uniforme de guerra. El problema es ese y no hay ninguna fuerza que apueste decididamente por la desmovilización, por la desmilitarización de los dos bandos de «holligans». EL PDCat no tiene ningún interés en retroceder, Ciutadans tampoco. La dinámica de incentivos es muy perversa en estos momentos y lo viene siendo desde hace seis años. Por eso lo veo muy negro y vivo en Galicia. Se me hace muy duro vivir aquí. Cuando ves a tantos conciudadanos que han reducido el debate político a algo tan terriblemente emotivo, tan irracional y tan despectivo con el que piensa diferente, me duele. Porque soy de aquí.

 

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