¡Es la vivienda, estúpidos!

«Ricardo, de unos 50 años de edad, pasó un año y medio durmiendo en la calle. Salió cuando un equipo de educadores sociales le convenció para acceder a un albergue municipal. Después de ocho meses entró en un centro residencial en el que recibió apoyo durante un año y medio para buscar trabajo y rehacer su vida. Encontró trabajo de vigilante nocturno y comenzó a cobrar un salario de 450 euros mensuales. Tras reunir unos ahorros comenzó a buscar un alojamiento que pudiera considerarse un hogar. Han pasado siete meses y sigue buscando. Ricardo es una de las muchas personas atendidas en centros para personas sin hogar cuyo empleo no le permite alcanzar una vida autónoma». Esto lo explicaban en un artículo el sociólogo Albert Sales, asesor del Ayuntamiento de Barcelona en temas sociales y autor del libro El delito de ser pobre, y la antropóloga Laura Guijarro, miembro del Grupo de Investigación en Exclusión y Control Social (GRECS).

«Estoy pagando 600 euros de alquiler al mes por mi piso y con mi sueldo no me llega. Me estoy planteando ir a vivir con una amiga a un pisito de alquiler. ¿Sabes de alguno que esté bien de precio por el centro? Piden hasta 1.500 euros. ¡Es una pasada!». Esto me lo decía una amiga mía hace unos días.

Así las cosas, no tiene que sorprendernos que un millar de personas duerman en la calle por la noche, que unas 2.000 lo hagan en albergues o alojamientos del Ayuntamiento o de organizaciones sociales, y que cerca de 400 vivan en naves industriales o solares abandonados. Como no debería extrañarnos que un grupo de ‘sin techo’ acampen en el centro de Barcelona, para pedir una vivienda digna.

Conozco gente que trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona haciendo frente a la problemática de los sin techo y también el trabajo que hacen las asociaciones de la sociedad civil implicadas en esta actividad. Comparto su frustración al ver que sus esfuerzos y dedicación no resuelven algo que hace muchos años que se arrastra y que afecta a casi todos los países del mundo.

El mes próximo se volverá a hacer un recuento nocturno de las personas que duermen en la calle. Sabremos más o menos cuántos son pero seguiremos sin saber cómo resolver de raíz su problema. Que tener un piso digno sea una meta imposible para la gran mayoría de los ciudadanos es el obstáculo principal para hacerlo.

He titulado el artículo «¡Es la vivienda, estúpidos!» para llamar vuestra atención. Perdonad la osadía.

Pero estoy convencido: «¡Es la vivienda, amigas y amigos!».

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