Entrevista a Roman Ceano

Economista, especializado en economía financiera internacional
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Economista, especializado en economía financiera internacional. Empresario de software para televisión. Responsable del ámbito de economía de Iniciativa per Catalunya. Forma parte de Comunes Federalistas y es miembro de la Asamblea de la Derecha del Ensanche, de Barcelona en Común.

Forma parte de Comunes Federalistas y es miembro de la asamblea de la Derecha del Ensanche de Barcelona en común.Entre otras cosas, el «Procés» ha puesto al desnudo que, muchas veces, nada es lo que parece y lo que parece en ocasiones no lo es ¿Somos prisioneros de una perversión del lenguaje?

El lenguaje es una cuestión crucial, porque es un arcano que, desde el principio, definió a la humanidad. El problema actual es que todo el mundo ha descubierto que el significado de las palabras es flexible, que el lenguaje es maleable, qué si dices mentiras, por gordas que sean, no se abre el cielo y cae un rayo. El otro día, decía alguien, hablando de educación, que los niños descubren que, cuando dicen una mentira, se pueden evadir y eso, cuando ocurre en una sociedad entera, resulta muy preocupante.

¿Es esto estructural, forma parte de la condición humana, o es algo novedoso, ligado al desarrollo de las tecnologías de la comunicación?

Creo que, a partir del siglo XIX y aún antes, cuando se descubre que Dios no existe (por decirlo en pocas palabras), cada uno escoge su propia ratio moral. Esto ha ido permeando en la sociedad y sus comportamientos y es ahora el gran problema. Se ha destruido el sentimiento religioso que mantenía la sociedad cohesionada y no se ha sustituido por uno civil. Y dentro de esto, como un sub-caso, está la cuestión del lenguaje. O sea, tú puedes decir lo que quieras y no hay nadie que vigile que lenguaje se usa. Las nuevas tecnologías han acentuado, modulado o modificado todo esto, pero es una cuestión que viene de bastante lejos y ha acabado empapando a toda la humanidad. No hay ningún motivo para portarse bien, para decir la verdad, y no hay nada que te obligue a hacer las cosas de determinada manera.

¿Perversión del lenguaje, en fin, estructural?

Completamente estructural. Consecuencia de la pérdida de que hay algo objetivo, externo a la humanidad. Descubrimiento de qué si todo el mundo dice una cosa, la cosa realmente existe. Cuando se trata de algo físico, al final chocas con ello, pero cuando se trata de cosas abstractas, como patrias, clases sociales…, si todo el mundo cree en ellas, pues acaban existiendo.

¿Todo esto que expresión adquiere en el llamado «procés» catalán?

Se ha extendido entre la intelligentsia catalana, en la industria cultural, el concepto de que si nos creemos una serie de cosas y conseguimos que la sociedad se las crea, esas cosas van a existir. Entonces, desparece el concepto de verdad, como una identificación entre los significados y la realidad, y lo que hacemos es decir «República catalana», «somos independientes», «España es Turquía», etc. Podemos decir cualquier cosa y si conseguimos que todo el mundo se la crea, esa cosa va a ser verdad. Nuestra preocupación deja de ser reflejar la realidad y se convierte en crearla. Pero no se ve como una realidad paralela, porque en el momento en que dices que la realidad es lo que dices crees que estás modificando la propia realidad. Y tampoco es una corriente aislada. Es algo de lo que ya hablaron Laclau o Althusser.

¿Para que esto ocurra, es necesario el concurso de una industria cultural?

En los años 80, colaborábamos con Joaquín María Puyal en un programa de televisión que se llamaba «La vida en un chip». Antes de empezar el programa., había como una sitcom de veinte minutos que discurría en un bar de Barcelona (donde entraba y salía mucha gente porque allí se vendían billetes de autobús), en el que se comentaba algún tema de actualidad, que luego se trataba en el programa. En dos o tres años que duró el programa, nunca entró en el bar nadie que hablara castellano. Si, como estadísticos, nos preguntamos sobre la probabilidad de que en un bar de Barcelona no entre nadie que hable castellano, resulta incomprensible. Eso era una licencia, que se discutía mucho, porque Puyal quería que todo fuese lo más realista posible. Pero tenía esa limitación. Podía ser muy realista, menos eso. En ese momento no me daba cuenta, porque pensaba que estábamos reconstruyendo un país y por tanto nos tomamos una licencia artística, en aras de nuestro patriotismo catalán. Eso empezó como una cosa inocente…, pero esa gente, que es la mitad de la población, no solo dejó de entrar, por decisión nuestra, en ese programa, sino en TV3 o en cualquier otro sitio. En el momento en que aquello se generalizó acabó convirtiéndose en ignorar al 50% de la población. El problema que ha tenido este sistema de crear una situación política inventada a base de modificar el lenguaje es que un cincuenta por ciento de la gente no se lo ha creído, que cuando había que creerse que no entraba nadie que hablara castellano pues se creía, porque el programa caía simpático y ya está. Pero cuando se ha tratado de creerse que el cien por cien de los catalanes son independentistas no se ha creído, y no se ha entrado en el juego.

¿Por qué esta construcción de «realidades» incluye valores, datos, conceptos…, que han venido siendo patrimonio progresista o incluso de izquierdas?

Es cierto que las palabras significan lo que significan arbitrariamente. Cuando decimos que el nacionalismo ha inventado un lenguaje podemos aludir a que tiene más distancia de la realidad que otros posibles. Cosa que no quiere decir que el significado de las palabras es esencial, invariable. Lo que pasa en nuestro caso es que las palabras en lugar de tener como objetivo reflejar la realidad tienen como finalidad crear una realidad diferente. Este lenguaje nuevo, que es el «Procés» (porque el «Procés» es una forma de hablar, de imponer en los debates, tertulias, conversaciones privadas, reuniones… un idiolecto) se ha construido utilizando mimbres como la mitología del antifranquismo, que daba legitimidad a la Generalitat después de la Dictadura. Y al hacerlo se han utilizado elementos de la izquierda, porque la lucha antifranquista era patrimonio de la izquierda. También se ha utilizado el milenarismo de los Cinco Condados, de Carlomagno y 1714, disfrazando lo que fue una rebelión anti-moderna. Sin embargo, lo más doloroso es lo que se ha hecho de la mitología del antifranquismo. Después del debate que hubo entre Benet y Solé Tura (que había escrito que la burguesía modernista era catalanista en tanto que burguesía), se inventó la expresión «un sol poble», que fue un acuerdo entre Candel y Benet. Así, se venía a decir que todos somos catalanes y vamos a teñir el catalanismo de progresismo, como en el cambio del XIX al XX se pasó de un catalanismo rural a otro industrial y modernizante. Ahora, cambiamos un catalanismo burgués por otro progresista…, El propio Jordi Pujol se consideraba socialdemócrata. La utilización, en fin, de la mitología del antifranquismo por la ANC es moralmente reprobable porque, aunque no exista una moral absoluta, Dios…, hay cosas que están bien y cosas que están mal.

¿Por qué?

Porque a toda la gente que se embarcó en hacerse catalanista sin siquiera hablar catalán, que se fraguó en el crisol de la lucha antifranquista de finales de los 70, se la ha traicionado, se la ha excluido, se la ha robado su mitología y su identidad. Está de moda decir que el independentismo es poco práctico, pero no es solo eso. Es profundamente inmoral, porque traiciona unos pactos que estaban en la raíz de la sociedad catalana. El independentismo le da patadas a Rajoy en el culo del cincuenta por ciento de los catalanes. Teníamos una inmensa mayoría de catalanes dando sustento a unas instituciones y ahora las tenemos deslegitimadas, y la sociedad dividida entre la gente que se ha adoptado una manera de hablar y la que habla de otro modo. Si cada uno decide dar a las palabras el significado que le dé la gana, tenemos un problema de entendimiento. Cuando una mitad adoptan una forma de hablar, pueden entenderse entre ellos. El problema está cuando se intenta hablar con el otro. Mientras, por ejemplo «democrático» signifique «independentista», no hay manera de entenderse. Pero, en cualquier caso, hay que tener cuenta que esto es producto de personas y grupos. Hay partidos que han adoptado este lenguaje. Por ejemplo, identificar democracia con independentismo es una decisión que adoptó ERC con plena conciencia y lo convirtió en eslogan, haciendo con ello un daño tremendo. Ya no solo decimos que si no se es independentista no se es catalán, sino que no se es demócrata. Y teniendo en cuenta la brutalidad del lenguaje que se está utilizando, la reacción de la sociedad es benigna.

¿Más allá del lenguaje o a pesar de ello, hay esperanza?

Si se ha de formar un gobierno con Esquerra, esta tiene que aceptar el fin de la unilateralidad; el reconocimiento de que el 1.O no crea ninguna legitimidad política, ni ningún acto formal político, que fue una movilización que cada uno puede juzgar como mejor crea, y un reconocimiento de que solos no se puede hacer nada, que la forma de Estado que haber en el futuro tendrá que tener en cuenta a los demás. La vía unilateral hay que entenderla como algo contra la mitad de Cataluña. Cualquier cosa que se haga tiene que tener en cuenta a todos los catalanes.

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