Después del terremoto

En el mundo globalizado e interconectado en el que estamos insertados, hay dos maneras diferenciadas de defender Cataluña, preservando el bagaje de nuestra milenaria historia y nuestra voluntad de existir con los rasgos de identidad que nos caracterizan (en especial, la lengua):

*Confrontándonos con el Estado español en la lucha por una independencia que se nos niega y que nunca obtendremos en el marco de la Unión Europea

*Uniendo las energías interiores para construir, con las libertades y los recursos que tenemos a nuestro alcance, una sociedad avanzada, cohesionada y ejemplar

El terremoto que hemos sufrido desde los plenos parlamentarios de desconexión del 6-8 de septiembre del año pasado ha tenido un efecto devastador. En primer lugar, para las nueve personas que han ido a parar a la cárcel y las siete que han decidido marchar al extranjero. En segundo lugar, para todos los miles de independentistas que viven con dolor y rabia la implacable respuesta judicial del Estado español contra los organizadores de la frustrada DUI. En tercer lugar, para el conjunto de la sociedad catalana que –con todo el respeto por la ideología y los sentimientos de cada cual- ha sufrido, emocional y económicamente, los estragos de la sacudida que ha provocado el intento de implementación del proyecto independentista.

El único gran beneficiario de todo este caos que hemos provocado y en el cual estamos inmersos es el presidente del gobierno español, M. Rajoy. Por partida doble:

*El conflicto catalán ha contribuido a desviar la atención y a tapar la fase más crítica del proceso judicial del escándalo de corrupción de la trama Gürtel, que le afecta directamente y que ponía, objetivamente, en peligro su continuidad, dada la correlación de fuerzas que hay en el Congreso de los Diputados

*Con la aplicación del artículo 155 y la intervención de las finanzas de la Generalitat, Cataluña es, más que nunca, una «mina» de la cual extraer recursos para ayudar a restablecer el equilibrio presupuestario del Estado. La Agencia Tributaria española continúa aquí recaudando a todo tren, mientras la administración catalana está paralizada y ha reducido a la mínima expresión sus programas de gasto y de inversión. El déficit fiscal, uno de los «mantras» del proceso secesionista, se ha incrementado desde la aprobación de la falsa DUI y Cristóbal Montoro puede presumir ante Bruselas que España hace los deberes macroeconómicos.

El otro beneficiario subsidiario de la actual fase de represión contra el independentismo es Jordi Pujol, el verdadero impulsor, entre bambalinas, del proceso secesionista desde que su hijo Oriol fue pillado, el año 2012, en la trama de corrupción de las ITV y vio cortada su condición de heredero a la sucesión dinástica de la Generalitat. Hoy, todos los Pujol viven tranquilamente en su casa y el juez José de Mata lleva al ralentí el sumario en el cual están encausados. A estas alturas, tampoco hay fecha para la celebración del juicio del caso ITV, a pesar de que el sumario está concluido y Oriol Pujol ha aceptado los delitos después de pactar con la Fiscalía.

En resumidas cuentas, el proceso independentista ha sido una gran cortina de humo que ha servido para tapar la corrupción de la derecha política de Madrid y Barcelona. ERC y las organizaciones soberanistas han sido los «tontos útiles» que han actuado en primera fila para hacer creíble esta gran patraña orquestada.

Sin violencia no hay independencia y esta es una línea roja que, de momento, nadie está dispuesto a traspasar en Cataluña. Hace unos meses, bajo el mando del mayor Josep Lluís Trapero, parecía que los Mossos d’Esquadra se podrían convertir en la «fuerza de choque» que salvaguardara la proclamación de la república catalana. Pero enseguida se comprobó que esto -como tantas otras cosas que han vendido los procesistas- era una ilusión. Los Mossos están disciplinadamente a las órdenes del mandato constitucional y, el pasado viernes, ya protagonizaron las primeras escaramuzas con los independentistas más exasperados que querían acercarse a la Delegación del gobierno español en Barcelona.

La vanguardia que dirige las movilizaciones «indepes» –la ANC, los CDR y Òmnium Cultural- no tiene suficiente músculo para organizar un Maidan o una huelga general indefinida que incendie la revuelta en las calles. La población catalana, en su inmensa mayoría, no está dispuesta a jugársela para protagonizar una rebelión en clave secesionista que –lo sabe todo el mundo- está condenada al fracaso. Podemos protestar, podemos gritar, podemos manifestarnos, podemos cortar un rato una carretera.., pero la fuerza del Estado –de cualquier Estado occidental- es granítica.

No entender esto ha sido el principal error estratégico de los líderes independentistas, hoy en la prisión o en el extranjero. Yo tengo, por razones humanitarias, la máxima empatía por los represaliados –a pesar de que no comparto su proyecto político- y deseo que vuelvan cuanto antes a su casa. Pero este objetivo no es factible si perseveramos y agravamos la vía de la confrontación con el Estado.

A los catalanes se nos presupone que somos un pueblo inteligente y es en estos momentos críticos cuando tenemos que usar con más intensidad la sustancia gris. Debemos aceptar los errores cometidos y asumir que los procesos en marcha contra los dirigentes independentistas acabarán con un juicio y unas condenas. Debemos ser pragmáticos para constituir un gobierno transversal –superando la dinámica estéril de los bloques- con un amplio apoyo parlamentario, para recuperar la Generalitat y provocar la extinción del artículo 155.

El sentimiento de indignación, de humillación, de impotencia.., que en estos momentos embarga a los centenares de miles de independentistas conmocionados por la represión de la justicia española les distorsiona el análisis de la realidad. Sólo con la recuperación del autogobierno estatutario podremos crear el marco de normalidad necesaria e imprescindible que nos debe permitir tener la perspectiva para poder ver de dónde venimos y saber hacia dónde queremos ir.

Es más fácil que los prisioneros y los desplazados puedan volver a casa con la Generalitat restablecida que con la continuación del conflicto y del 155. Todos los pueblos anhelan la paz. Cataluña, también. Es la hora de curar las heridas y de reconstruir los estragos anímicos, políticos y económicos que ha dejado este traumático sexenio.

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