Masa y ‘procés’

Se tiende a responsabilizar a sus cabezas más visibles de movimientos como el procés y, consecuentemente, de los desaguisados que de ellos se pueden derivar. Y no le falta razón a quien así lo hace. Los líderes, dotados de poder, pueden conducir a mucha gente, como el pastor a las ovejas, allí donde les interese. Pero esto no excluye el papel de la masa en el fenómeno que, en ocasiones, puede llegar a ser más relevante que los propios caudillajes.

Elías Canetti dedicó 25 años de su vida a escribir Masa y poder, una gigantesca, inextricable y fascinante reflexión sobre las masas sociales que, más allá de las individualidades que las integran, adquieren vida propia. Vincula hechos históricos y sociales, pone de manifiesto la interrelación entre las personas y la masa, y deja al descubierto algunas de las anomalías del ser humano. Imprescindible para quienes se dedican a la política y, en general, para las interesadas y los interesados en la demagogia y sus demoledores efectos.

Es tópica la querencia del izquierdismo (entendido como enfermedad infantil del comunismo) por las masas movilizadas. La gente en la calle, incluso más allá de los objetivos que a tal lugar la llevan, actúa como irresistible estimulante para el activismo grupuscular. Anclado en esquemas históricos, prisionero de la épica, el izquierdismo hiperventilado sólo ve revolucionarios en las movilizaciones. Hubo más de uno que, en torno a los sucesos de octubre en Cataluña, llegó a proclamar que estábamos al borde de una revolución socialista. Pablo Iglesias y sus socios catalanes llamaron a sumarse a la movilización del referéndum del 1-O. Y los 11 de septiembre hacen temblar las carnes de los adictos al «pueblo en marcha».

Los escritores Hannah Arendt y Jonathan Littell también se adentraron en esta resbaladiza relación entre el común y sus mentores (que ha hecho correr no ríos sino mares de tinta) y viceversa, poniendo de manifiesto que no existe lo uno sin lo otro, que masa y líderes forman un todo indivisible y, en tal sentido, no se les puede exonerar de actos que realizan conjuntamente. Es más, en el caso del procés, por ejemplo, se pone de manifiesto que la «movilización» no es casual o periférica, sino que constituye la columna vertebral del movimiento. La gente inundando las calles los 11 de septiembre, la gente colgando banderas en los balcones, la gente con el lazo amarillo… La gente movilizada del procés adquiere así perfil propio, se instituye en sujeto.

Pero la masa que, contemplada de lejos, propicia el anonimato no es, en realidad, tan anónima. Por el hecho de hacer lo que otros muchos hacen, opinar como otros muchos lo hacen, encandilarse como otros muchos lo hacen…, no deja cada uno de ser uno mismo. Y a la hora de mirarse al espejo o donde cada uno acostumbre a encontrarse consigo mismo, no estaría de más preguntarse qué pintamos la gente común en esto del procés ¿Somos conscientes de lo que hacemos? ¿Estamos convencidos de que nos encontramos en el buen camino? ¿Vamos, como va Vicente, donde va la gente? ¿O somos sólo carne de cañón? En cualquier caso y sean cuales sean las respuestas, no olvidemos que las personas somos lo que somos y nuestras circunstancias como dijo Ortega y Gasset. Las circunstancias pueden por tanto determinar el comportamiento, pero el comportamiento de cada uno es algo personal e intransferible. Descargar la culpa en los otros, incluidos los líderes, no vale.

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