El presidente del Parlament, Roger Torrent, es durante estas semanas la única y más alta autoridad catalana con un cargo en vigor y sin cuestionar. Esto ha hecho que reciba multitud de solicitudes para asistir a actos, presentaciones, charlas, inauguraciones, coloquios y otros saraos que, por alguna razón que algún día alguien explicará, acaban siempre rellenos de políticos.
De las peticiones que llegan, muchas se desestiman. La falta de tiempo del presidente hace que tenga que seleccionar y son muchas las solicitudes que se quedan en el montón de las descartadas. Pero alguien en su gabinete decidió que acudir de ponente a una charla con empresarios alemanes al Círculo Ecuestre sería una buena idea.
Alguien pensó que ponerse ante un grupo donde hay muchos ultraconservadores y elitistas, algunos impregnados por ideologías más cercanas a otros tiempos que a democracias progresistas, daría buena imagen a Roger Torrent. Pero ir a una institución que marca como es debido vestir y obliga a llevar corbata para entrar en sus dependencias de la calle Balmes/Diagonal de Barcelona, que pone condiciones económicas muy restrictivas para poder ser socio y que nace del clasismo, poco de positivo podía aportar a Roger Torrent.
Y así fue. El presidente se vio atrapado y, por más que quiso dialogar, sólo encontró mala educación, reproches e incluso algún insulto. Alguien tendría que haberlo previsto. Alguien tiene que hacer autocrítica en los despachos de Roger Torrent.
