Vicios privados, virtudes públicas

Incluso en los movimientos que promueven la solidaridad, la cooperación con los desvalidos, las causas más justas, encontramos personas que tienen un comportamiento censurable. Tenemos un ejemplo en los miembros de Oxfam que contrataban servicios de prostitución, incluso de menores de edad, en Haití, o en el intercambio de alimentos por relaciones sexuales que hacen trabajadores humanitarios en las zonas más devastadas por la guerra de Siria.

Hay profesiones en que el comportamiento privado no puede desligarse de la actuación pública. No es lo mismo tener comportamientos inadecuados («inapropiados», diría Marta Rovira) si se es médico o arquitecto o si se es representante político, maestro o tertuliano.

Los comentarios racistas y machistas del diputado de ERC Lluís Salvadó en una conversación telefónica particular tienen un impacto público diferente de si los hubiera hecho una persona con otra ocupación profesional. Un partido que se dice de izquierdas y defensor de los derechos de las mujeres no puede soportar que se difundan grabaciones como la de la conversación entre Salvadó y el alcalde de San Carlos de la Rápita, José Caparrós, también de ERC.

Una conversación similar entre dirigentes de partidos de derecha o xenófobos sería igualmente lamentable, pero encajaría con las posiciones políticas que suelen defender. Que el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, diga que el demonio se ha colado en la causa feminista cabrea pero no sorprende. Hay que aplaudir la acción del numeroso grupo de mujeres que se manifestaron enseñando los pechos a las puertas de la catedral de la ciudad vasca. Del mismo modo que hay que abuchear a los representantes populares teóricamente progresistas que bromean con el tamaño de los pechos de las mujeres a la hora de elegir a la consejera de Educación. O a los líderes supuestamente socialistas o comunistas que dicen defender los intereses de la clase trabajadora y a los colectivos vulnerables y luego ganan fortunas aprovechando las puertas giratorias o, simplemente, con acciones corruptas.

No comparto la convicción del mítico Ryszard Kapuscinski de que para ser buen periodista hay que ser buena persona. Conozco excelentes periodistas que son unos malos bichos insoportables. Pienso, eso sí, que los periodistas que imparten doctrina desde las tertulias o tribunas de opinión de los medios de comunicación han de ajustar sus mensajes a su talante personal. No puedes sumarte a manifestaciones feministas y explotar a una trabajadora del hogar en tu casa.

Todos tenemos derecho al respeto a nuestra intimidad y privacidad, pero también tenemos la obligación de hacer coherentes nuestra vida privada y pública cuando pretendemos representar a la ciudadanía o aleccionarla.

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