La plaza de Sant Jaume, en Barcelona, es nuestro Hyde Park. Los progres de los tiempos de la dictadura franquista iban a este parque londinense para extasiarse viendo los espacios de libertad de expresión con que contaba. No hay reivindicación mundial que no tenga expresión propia en el enorme parque o en las calles céntricas de la capital británica.
Los vecinos y funcionarios que pasan por la plaza barcelonesa están acostumbrados a ver pequeños grupos de personas que claman justicia por todo tipo de causas. Los manifestantes suelen quejarse de ser pocos. «¡Parece mentira que ante una injusticia como la que denunciamos seamos tan poca gente!», se lamentan.
Este domingo había un nutrido grupo de personas recordando que hace dos años fue asesinada la activista hondureña Berta Cáceres. La mataron por oponerse a la construcción de una presa en un territorio donde viven indígenas lenca.
El sábado 3 de marzo, fue detenido como presunto responsable intelectual del crimen Roberto David Castillo, presidente ejecutivo de Desarrollo Energético (DESA), la empresa que impulsaba las obras a las que se oponía la activista. El grito más repetido en las concentraciones en su recuerdo es «Berta vive». Su ejemplo obliga a prolongar su vida continuando su lucha por los derechos de los indígenas, ambientales y de la mujer.
Este año, la concentración barcelonesa de conmemoración del Día Internacional de las Mujeres no se hará en la plaza de Sant Jaume, sino en la de Catalunya. Allí se leerá el Manifiesto que recoge las reivindicaciones de las mujeres y se harán diversas actuaciones musicales.
La plaza de Sant Jaume se habría quedado pequeña ante la fuerza de un movimiento que cada vez es más potente. Un movimiento que avanza gracias a trayectorias valientes como las de Berta Cáceres. Estará viva mientras la tengamos presente en acciones multitudinarias como las del 8 de marzo en Barcelona y muchas ciudades y pueblos de toda Cataluña o más reducidas pero igualmente necesarias como la del pasado sábado.
