Tabarnia y Tractoria

El proceso independentista ha crispado y traumatizado a la sociedad catalana. Esta dolorosa constatación nos tendría que llevar a reconocer el error y a entonar un firme propósito de enmienda: nunca más. Jugar con los sentimientos identitarios y con las emociones nacionalistas es la antítesis de la política, entendida como vocación altruista y profesión honorable que busca la armonía social, el progreso económico y el bien común.

Las consecuencias del intento de secesión protagonizado por CDC/PDECat, ERC y la CUP, con el apoyo de la ANC y Òmnium, han sido, objetivamente, nefastas. No se trata de culpabilizar a nadie de nada en concreto ni de generalizar. Sencillamente, se trata de hacer un balance, en perspectiva, de todo aquello que nos han dejado los acontecimientos de estos últimos seis años, desde que Oriol Pujol -el heredero de la dinastía pujolista- fue cazado por una juez lucense en el caso de corrupción de las ITV.

Entre otras desgracias que nos ha dejado el proceso quiero subrayar el encarcelamiento de Oriol Junqueras, Joaquim Forn y los Jordis. También la separación forzosa de sus familias de Carles Puigdemont y de los cuatro ex-consejeros de la Generalitat refugiados en Bélgica. Y la humillante aplicación del artículo 155 de la Constitución, que ha comportado la intervención de la institución catalana de autogobierno -recuperada en 1978 de las zarpas del franquismo- y el despido de más de 200 cargos de confianza.

Afortunadamente, la paciencia y la tolerancia de la gran mayoría de la sociedad han acabado ganando la partida, pero hemos estado muy cerca de caer en el abismo. El espectro de la división comunitaria por razones de pertenencia se ha paseado por Cataluña y el peligro de convertirnos en un Ulster ha sido, por instantes, muy real. Sólo la firme determinación de la gente de preservar la convivencia y de superar la dinámica de confrontación civil a la cual se nos arrastraba ha salvado la paz en las calles.

Entre los damnificados por este enorme despropósito también está, de manera especial, el campesinado y la población rural de Cataluña. El hecho que se trate de zonas con un alto nivel de voto independentista ha provocado su grosera descalificación por parte de algunos unionistas pasados de vueltas. El enemigo de la ilusoria Tabarnia -las áreas metropolitanas costeras de Barcelona y Tarragona, donde el pasado 21-D se impuso Ciudadanos- sería Tractoria, las comarcas de base agrícola y ganadera donde el presidente destituido, Carles Puigdemont, y ERC han obtenido mayor porcentaje electoral.

Con independencia de las opciones políticas de cada cual, la gente del campo merece –como todo el mundo- el máximo respeto y admiración. Su trabajo es duro, no tienen las ventajas que ofrecen las grandes ciudades y preservan, a pesar de la lacra de la despoblación, la vertebración del territorio. Hacerlos culpables, debido a la orientación política de su voto, de la surrealista situación de parálisis política que sufrimos es injusto.

El campesinado está muy maltratado y sufre, desde hace décadas, una pauperización de sus condiciones de vida y, en consecuencia, una minorización de sus efectivos. En Cataluña sólo quedan 54.000 agricultores, el 1,7% de la población activa, cuando la media europea está por encima del 4%. Para hacernos una idea, el número de agricultores catalanes -que se ocupan de cultivar 1,1 millones de hectáreas, el 36% de la superficie agrícola útil del país- equivale al de la ciudad de Cerdanyola.

Ser de Tractoria no es ninguna bicoca, a pesar de las ayudas que da la Unión Europea, que tienen su continuidad amenazada. Los efectos del cambio climático provocan largos periodos de sequía y violentas tormentas que castigan severamente el rendimiento de las cosechas. Las explotaciones ganaderas exigen un trabajo de 7/7 días a la semana, los doce meses del año. Los niños y adolescentes en edad escolar de familias rurales tienen que hacer distancias cada vez más largas para poder ir a la escuela. En Cataluña hay más de 200 pueblos abandonados, en especial en el Pirineo. De los 947 municipios que tiene el país, 338 tienen menos de 500 habitantes y su viabilidad es difícil, por el envejecimiento de la población y la carencia de servicios.

¿Por qué Tractoria vota mayoritariamente las candidaturas nacionalistas e independentistas? La gente del campo es, en realidad, un colectivo débil y marginalizado por el gran peso demográfico y económico que ha ganado el litoral catalán desde el boom migratorio, inmobiliario y turístico de hace 50 años. Percibe la evolución histórica con un gran sentimiento de injusticia y su voto es una expresión de protesta y de revuelta contra la civilización urbana que ha deteriorado sus hábitos y sus hábitats.

Ante un futuro muy limitado y sin esperanza para su descendencia, el mundo rural se refugia en un pasado mitificado que, supuestamente, fue mejor. En este contexto de nostalgia es donde el nacionalismo encuentra el terreno abonado para arraigar y donde la ruptura independentista es una fuente de emociones y una hipotética vía de progresión económica y social para escapar de la realidad cotidiana, más bien deprimente.

Tabarnia no tiene que estigmatizar ni despreciar a Tractoria. Al contrario, la tiene que entender y se tiene que involucrar. Tractoria es pobre en población, pero rica en recursos (agua, bosques, campos, naturaleza…). Si inyectamos savia demográfica y económica a Tractoria, el país, en su conjunto, encontrará una nueva vía de desarrollo que sintoniza con las tendencias innovadoras de progreso (energías renovables, agricultura biológica, consumo de proximidad, turismo verde…).

La ilusión de la independencia sólo se podrá superar con la ilusión del ecologismo.

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