Un cámara de televisión espabilado hizo la semana pasada que quedaran al aire algunas de las vergüenzas de Carles Puigdemont. Los mensajes que grabó en la pantalla del teléfono móvil que había enviado a Toni Comín y donde admitía que se sentía abandonado y derrotado, fueron una bomba a la línea de flotación del discurso de los independentistas.
La cuestión, además, era de esperar que acabara convirtiéndose en parte del argumentario de la oposición y de los partidos constitucionalistas contra Puigdemont y contra los soberanistas. Pero por alguna razón extraña, no todo el mundo lo consideró así. Que Puigdemont asegurara que le habían traicionado los suyos, que el proceso estaba acabado, o que esperaba un ridículo histórico, no fueron motivos suficientes para que el PSC o Catalunya en Comú consideraran los mensajes un motivo de crítica.
De hecho, contrastaron mucho las bofetadas argumentales de Cs y PPC a Puigdemont y los independentistas con las caricias de socialistas y comunes. Los dos se limitaron a enmarcar los mensajes en un estado de ánimo concreto y ni quisieron pedir explicaciones a Puigdemont y a los independentistas. ¿Es posible que al ver que las relaciones entre los soberanistas se agrietan, ni unos ni otros quieran hacer sangre para intentar aparecer después como posibles socios si la relación se rompe del todo? El tiempo lo dirá…
