Periodismo

Las conclusiones del informe 2017 de Reporteros Sin Fronteras son demoledoras. La polarización política vivida en Cataluña este otoño no sólo «ha dificultado extraordinariamente» el ejercicio de la profesión periodística en este rincón olvidado del mundo, sino que ha creado «una atmósfera irrespirable para la libertad de información». El informe de RSF presentado en Madrid hace pocos días denuncia el acoso y los insultos a través de las redes sociales que han sufrido los periodistas que han querido informar sobre la realidad política catalana sin caer en el sectarismo. Uno de los participantes en el acto, el periodista Siscu Baiges, reconocía que «ejercer de periodista ahora en Cataluña es complicado», hablaba de autocensura y la vinculaba a la precariedad laboral, que está llegando a un nivel nunca visto antes.

Ejercer un periodismo crítico no es sólo complicado. Es imposible, a no ser que trabajes para un medio de comunicación abiertamente contrario a la independencia. En el caso catalán, con unos medios fuertemente subvencionados por la Generalitat, es difícil encontrar alguno y los pocos que se resisten a convertirse en órganos de propaganda del gobierno de turno son desprestigiados, presionados y marginados. Al periodista catalán se le exige un plus de militancia política, cosa que en un momento dado puede allanarle el camino para prosperar profesionalmente sin tener que esforzarse demasiado. Ejemplos de personajes mediocres con carreras meteóricas y de puertas giratorias entre instituciones, partidos y redacciones tenemos la tira, pero yo no citaré a nadie porque este mundo es un pañuelo y todos los mocos nos conocemos.

Baiges hablaba de autocensura y tenía razón. La precarización laboral hace que ahora encontrar un trabajo sea casi un milagro y nadie con dos dedos de frente está dispuesto a jugársela, sobre todo cuando haces periodismo político. Esto ha provocado que en las ruedas de prensa las nuevas hornadas de periodistas vomitados de facultades que actúan como correa de transmisión del poder no pregunten. Si alguien lo hace no es para pedir explicaciones o para cuestionar el argumentario oficial del portavoz de turno, sino para comprobar que ha entendido bien el mensaje del día. Ejercer el periodismo crítico es peligroso. No sólo genera hostilidad entre los colegas, muchos de ellos con carnet de partido y vocación de comisario político, sino que puede provocar una llamada telefónica a tu director exigiendo tu cabeza.

Si los catalanes hemos sabido que el alquiler de la mansión belga de Carles Puigdemont superaba los 4.000 euros mensuales ha sido gracias a la prensa extranjera. También nos hemos tenido que enterar por otros que sus abogados se pagan con nuestro dinero. Que el ex-presidente es humano y tiene dudas –éste fue uno de los titulares que TV3 utilizó para informar de la noticia- lo hemos sabido por el programa de Ana Rosa Quintana, cualquier cosa menos periodista. El procesismo ha puesto el grito en el cielo, no por las graves revelaciones, sino por la forma poco elegante de obtenerlas. Y ha tenido que venir el director de cine Ken Loach a decirnos que no ve nada claro el programa social del independentismo. Posiblemente porque no lo hay, pero pocos periodistas se han atrevido a decirlo en las tertulias y menos a escribirlo.

Sin embargo, el periodismo panfletario catalán no es nada más que el reflejo de una sociedad con graves déficits democráticos. Y esto, señores de Reporteros Sin Fronteras, no sólo es patrimonio de Cataluña. Tan complicado es ejercer de periodista crítico con el independentismo aquí como denunciar las políticas represoras y la corrupción del gobierno popular en el resto del Estado. Porque de lo que estamos hablando realmente es del grave retroceso de todas las libertades a nivel mundial. La lobotomización de gran parte de la sociedad catalana, tan poco exigente con sus dirigentes políticos, no es muy diferente de la lobotomización que sufre gran parte de la sociedad española. Y en este escenario, el ejercicio del periodismo libre tiene todas las de perder. Aquí y allí.

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