Entrevista a Gaby Poblet

                                                      
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Antropóloga, investigadora en migraciones internacionales. Realiza trabajos sobre mujeres migrantes, trabajadoras del hogar. Responsable de migraciones de ICV. Forma parte de Comuns Federalistes y de Federalistes d’Esquerres.

¿Es pertinente continuar hablando del «Procés»?

Creo que sí, porque hay un movimiento nacionalista cíclico, aún en ascenso. También podemos ir cambiándole de nombre, como hace Guillen Martínez. Pero quizá habría que denominarlo, con más propiedad, repliegue nacional o identitario, porque es muy análogo a otros fenómenos similares que se están dando por el mundo.

En cualquier caso, se metamorfosea…

La naturaleza del «Procés» permanece. Lo que cambia es el relato. Antes había, por ejemplo, lo de «España nos roba» y ahora se habla de democracia, haciendo valer el 155. Pero, en definitiva, el «Procés» continúa siendo un impulso identitario. Sigue predominando en él un discurso supremacista, a veces de manera algo más sutil, otras de forma más evidente. Siguen proliferando los ataques por las redes… Pudo parecer que en cierto momento se debilitó, pero de alguna manera también se va rearmando y, con las elecciones, vuelve a fortalecerse. Está legitimando cosas fantasiosas, cono siempre lo ha hecho. Y, en definitiva, sigue siendo algo muy peligroso. No creo que el «Procés» este mutando hacia el fascismo, pero sí es cierto que va adquiriendo rasgos muy fanáticos, propios de esta ideología.

¿No parece esta deriva identitaria un poco extraña a Cataluña?

La identidad está siempre presente en el nacionalismo, a veces más larvado, no tan fanático, otras más virulento. Se explicita permanentemente en sus discursos, aunque muchas veces lo hace a la defensiva, como si se fuera víctima de un ataque, de una agresión. Así empezó, haciendo valer un tema económico, el pacto fiscal… Y va deslizándose hacia lo identitario, hasta considerar enemigos a quienes no comparten sus puntos de vista. Permanentemente, se recurre a la autoafirmación («somos un solo pueblo», «somos los mejores…») Hay una continua reafirmación en el «nosotros», que también refleja una cierta debilidad, en el sentido de que va reduciendo su espacio, su forma de pensar, a lo étnico.

¿Conlleva todo esto algo de frustración?

Los nacionalismos siempre han surgido de frustraciones sociales. Crisis, miedo a la globalización, una especie de disconformidad permanente que se va retroalimentando. Nada satisface y, en definitiva, se pierde vista a los culpables y se proyecta el malestar en otra dirección. Es más, los responsables de los males sociales se perciben como hermanos. Como dicen los politólogos, el eje vertical, de clase, acaba siendo sustituido por el eje horizontal. De ahí, tanto fervor en la defensa de los presos relacionados con el «Procés», y tanta distancia, por no decir desentendimiento absoluto, con presos por otras causas o de otros lugares porque, sencillamente, «no son de los nuestros». Acaban de hacerse públicas las sentencias por el caso Palau y apenas se habla de su vinculación con el «Procés». Es más, se vuelve a votar al partido implicado en él. Es decir, en el «Procés» se miden las cosas con un doble rasero y se hace porque existe un movimiento identitario nacionalista que defiende estructuras, liderazgos, de «pertenencia a un pueblo».

Más allá de la autonomía de la política, ¿Cree que en la comunidad nacionalista de Cataluña late una quiebra social, a la que no es ajena un cierto sentimiento agónico?

Sí, pero como consecuencia del «Procés», no tanto en su origen. En su inicio se trasluce un interés de las élites. Soy emigrante y he pasado por crisis económicas mucho más graves de la que se ha vivido aquí y que, sin embargo, no han desembocado en algo parecido al «Procés». Aquí no se ha tocado fondo con la crisis. Disponemos todavía de partes del Estado de bienestar, a pesar de los recortes. Europa sigue siendo la zona con menos desigualdad del mundo. Por eso, poner como origen del «Procés» un trasfondo de crisis social no me parece suficiente. Empezó siendo un artilugio de las élites del poder´ para tapar la corrupción y con la clara finalidad de dividir a la izquierda. Y eso, desde luego, lo fue logrando. Hay que verlo en perspectiva, analizar longitudinalmente el «Procés» y ver la tendencia. En 2014, todavía costaba explicar lo que estaba sucediendo como un movimiento nacionalista. Pero hemos llegado muy lejos, por no frenarlo en su momento, y ahí la izquierda llamada transformada (a la izquierda del PSC, para entendernos) tiene mucha culpa, por no saber situar bien donde estamos, por no explicarse el fenómeno… ¿Por qué? Porque se asusta. Porque desmontar esto se asociaba a un ataque a la identidad de Cataluña.

¿Una herencia quizá del catalanismo?

Sí el catalanismo se reivindicaba de las clases populares, de la lucha antifranquista. Es cierto. Era un paraguas muy grande bajo el que se guarecía mucha gente, incluida gran parte de la clase trabajadora, los emigrantes del resto de España y los de fuera de ella. El «Procés» quebró eso. Lo primero que se cargó fue el catalanismo y luego los partidos. Al principio el PSC, que sufrió una crisis, luego hubo mucho pressing sobre Iniciativa, sobre la propia Esquerra Republicana, que acabó comprando a Convergencia el programa y formaron Junts pel Sí. Hasta la CUP quedo profundamente dividida. Recordemos sus asambleas, cuando había que votar a Mas. El «Procés» ha ido provocando destrozos a su alrededor. Ahora Podemos y España. Si no hubiera existido el «Procés», quizá podríamos haber estado gobernados por la izquierda. Otro grave error de la izquierda que ahora empezamos a ver. El catalanismo fue un espacio de pertenencia a Cataluña, vinieras de donde fuera, que aglutinaba a gente progresista y también socialdemócrata, de extrema izquierda y liberal. Tuvo, sin duda, diferentes lecturas, pero muchos lo vivieron así. El nacionalismo es algo más extremo.

¿Qué se puede decir, en este sentido, sobre la pluralidad, entendida como la convivencia en una misma formación política de nacionalistas y no nacionalistas?

La confluencia Cataluña en Común-Podemos tiene un problema bastante grave con esto de la pluralidad. En su momento, en Iniciativa funcionó algo parecido, bajo el paraguas del catalanismo. En ella había gente independentista y federalista, pero Iniciativa, como partido, siempre se reclamó federalista. Federalista en sentido europeo. Las fuerzas políticas deben responder a un contexto socio-histórico y en este momento estamos viviendo en Cataluña el auge del nacionalismo. Por tanto, la pluralidad tiene ahora otro sentido. Además, se puede ser plural en el sentido de convivir personas de diferentes corrientes en un determinado espacio. Pero lo que no puede ser plural es el proyecto. Tiene que haber un proyecto. Y el problema que tiene ahora la Confluencia es que no hay proyecto. Se han manejado diferentes etiquetas, como confederal, y ha resultado ser algo ecléctico, que en política no funciona. Se quiere quedar bien con gente de un lado y del otro, en el eje nacional, y eso no funciona. La Confluencia tiene que responder a un proyecto federalista porque es la forma de poder dialogar y pactar. Hace poco, un referente de los verdes europeos nos decía que no podía entender que hacía la izquierda hablando de soberanía.

¿Ocurre algo parecido cuando se proclama el soberanismo urbi et orbi?

Hay que revisar los conceptos y situarlos en el contexto histórico que estamos viviendo en la Europa del siglo XXI y en todo el mundo. Aquí tenemos un problema de base sobre aquello que aprendimos en la escuela de que «soberanía radica en la nación». Esto está caduco. La soberanía no depende de la nación, porque hay globalización y los poderes de las multinacionales son más fuertes que los de los Estados. Ahora, los Estados pueden ser también herramientas de defensa de los derechos sociales, del bienestar. Y en tal sentido, los Estados están llamados a tejer alianzas, frente al mercado. Y esto implica ceder soberanía. Cosa que hay que hacer sin ningún miedo.

¿Se vislumbra algo de luz al final del túnel?

Hay que continuar denunciando y desmontando el movimiento nacionalista. Hay que entender y explicar que está pasando. Y hay que comunicarlo claramente, superando lo guay, el quedar bien. Hay que descontaminar a la izquierda de nacionalismo y dejar de prestarle argumentos legitimadores, que tan rápidamente instrumentaliza. Nada parece invitar al optimismo, pero hay esperanza. Hay que mirar al mundo. La izquierda tiene que reaccionar, recapacitar, reconocer hasta qué punto ha estado en connivencia con el «Procés». Hay que volver a forjar una alianza amplia, quizás en torno a un federalismo progresista. Y tenemos también un problema con la política, que se ha transformado en algo poco reflexivo, muy de redes sociales, de marketing…, donde predominan líderes histriónicos. Sin embargo, el federalismo es diálogo, sensatez, humildad, reflexión… Se necesita tiempo, pero que hay que apurarse porque el «Procés» continúa. Por eso tenemos que reaccionar.

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