Milagros

No es lo mismo acabar declarando ante un juez del Tribunal Supremo que hacerlo ante uno de la Audiencia Nacional. El primero ya no necesita hacer méritos para llegar a la cima y se puede permitir el lujo de ser independiente. Al segundo, en cambio, le queda todavía un largo viaje lleno de obstáculos y un buen atajo es buscarse aliados que le allanen el camino. Carme Forcadell ha dormido una noche en la cárcel, pero ahora está en su casa recuperándose de la impresión y esto es un milagro, sobre todo porque sin ella –como presidenta del Parlament y antes como líder de la ANC- el culebrón procesista no habría sido posible.

Es en este escenario postapocalíptico –con lanzamiento de dardos envenenados entre los socios del gobierno catalán cesado incluido- cuando más necesitamos los milagros para no perder la fe. Los abogados de Oriol Junqueras y del resto de los consejeros encarcelados esperan que su causa acabe en el Tribunal Supremo y harían bien en pedirle a Joan Josep Nuet las estampitas. También lo tendría que hacer el desmelenado Carles Puigdemont, a quien el exilio en la aburrida Bruselas le está paralizando las neuronas. Me explico. La tarde anterior a la primera comparecencia de los miembros de la mesa del Parlament ante el Supremo una señora se acercó a Nuet mientras esperaba en la estación de Sants para coger el AVE con Anna Simó y el resto de la comitiva. Mientras pasaba la maleta por el escáner, la desconocida le llamó por su nombre y le alargó una bolsa.

La bolsa viajó a Madrid con el resto del equipaje del coordinador general d’EUiA, y no fue hasta la noche, una vez instalado en el hotel ya más tranquilo después del recibimiento hostil en la estación de Atocha por parte de un grupo de ultras, que se descubrió su misterioso contenido. En el interior había unas tabletas de chocolate, unas barritas energéticas y unas estampitas de dioses hindúes y budistas. Todo fue colectivizado excepto las estampitas, que acompañaron al día siguiente al comunista descreído en su primera visita al Supremo. Quiero pensar que el hecho de que ninguno de los miembros de la mesa del Parlament haya acabado pudriéndose en la trena ha sido posible gracias a la intercesión de Ganesha, el dios hindú con cabeza de elefante que simboliza la buena suerte.

Yo, como Nuet, también soy una descreída. Sin embargo, últimamente no hago más que ver milagros a mi alrededor que me reconcilian con el universo y me ayudan a rebajar la dosis de ansiolíticos. El extraño pacto preelectoral entre convergentes y republicanos ha pasado a la historia y esto es un milagro porque deja sin respiración asistida a la momia pujolista. También es un milagro que Miquel Iceta haya conseguido incluir en su candidatura a las elecciones del 21-D a un opusdeiano y a un ex-podemita gracias a la magia del 155. De milagro calificaría también el hecho de ver a un Artur Mas en horas bajas pedir limosna a los catalanes por las esquinas para pagar la fianza y que la CUP decida presentarse a unas elecciones «ilegítimas» pero autonómicas al fin y al cabo. Y no quiero ni imaginar la de milagros que desencadenará la sentencia del caso Palau.

Hago especial mención al milagro del divorcio político entre la hAda Colau y Jaume Collboni a un año y medio de las elecciones municipales. Los Comunes aseguran que la decisión se ha tomado democráticamente en una votación interna que ha generado mucha expectación mediática pero poco interés entre la militancia, a pesar de que la realidad es que la ruptura era un secreto a voces porque la alianza con el PSC del 155 perjudica el proyecto catalán de Xavier Domènech. Se nota que los descreídos Comunes también creen en milagros como yo. No sólo esperan poder agotar la legislatura con más o menos aciertos, sino que aspiran a tirar adelante proyectos y presupuestos con el apoyo de los socialistas defenestrados. Cataluña es el país de los milagros.

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