El derecho a sonreír

Vivimos en un país entristecido. Hasta el punto que el programa humorístico de TV3 Polònia no se emitió el pasado día 2 tras el encarcelamiento del ex-vicepresidente del Gobierno catalán, Oriol Junqueras, y siete ex consejeros. «Hoy no hay programa. No tenemos ganas de reír», se leía en el tuit que colgaron sus responsables en la red.

Joan Tardà, portavoz de ERC en el Congreso, ha pedido, entre otros políticos, que no se enciendan las luces navideñas mientras esos dirigentes y los presidentes de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural continúen entre rejas.

En la manifestación del pasado sábado en la calle Marina de Barcelona había mucha gente y pocas sonrisas.

La revolución de las sonrisas ha mutado en revolución de la indignación, la impotencia, la rabia, las caras largas, la tristeza.

En el otro lado tampoco se ven caras alegres. Los socialistas tienen que digerir que Ada Colau los haya echado del gobierno de la ciudad y que algunos alcaldes se hayan dado de baja del partido porque los acusan de dar cobertura a la aplicación del artículo 155 de la Constitución que ha permitido el cese del gobierno de la Generalitat, la convocatoria de elecciones anticipadas y la intervención de la administración autonómica por parte del gobierno español.

Hay que ir con mucho tiento al hacer chistes y juegos de palabras sobre la actualidad política porque los nervios están a flor de piel.

Quizás si el Tribunal Supremo asumiera los sumarios de los ex-dirigentes independentistas ahora encarcelados y los dejara en libertad, como ha hecho con los miembros de la Mesa del Parlamento, podríamos volver a esbozar una sonrisa.

Lo agradeceríamos. En Navidad ya sabemos que hay muchos que ríen y unos cuantos que se deprimen. Si no cambia la dinámica actual, estas fiestas los deprimidos serán mayoría.

¿Veremos caras risueñas en los carteles de las elecciones del 21 de diciembre? Los asesores de imagen tendrán que hacer horas extras esta campaña.

Así las cosas, necesitamos más hechos como los que se produjeron en el Palau de la Música el pasado sábado. El pianista Chick Corea llenó el recinto hasta la bandera (no entremos en detalles ahora de qué bandera era) y puso en pie a los asistentes para batir palmas y tararear su última pieza.

La pieza se llama Spain.

¿Han sonreído?

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