Despropósitos dialécticos

Me produce envidia ver en la televisión el «Referendum regionale consultivo sull’Autonomia del Veneto» de Verona. «La hierba siempre es más verde en casa del vecino», pero es que parecen tener menos galimatías dialécticos que nosotros.

Los catalanes que se quieren ir de España ¿no quieren decir que se vaya España, no en vano ellos ya están en su casa? Es como aquello de «Adelina, vamos a dormir que estos señores se querrán marchar». Y lo de la independencia ¿no debería independizarse el Estado español, que es el dependiente?

De pronto la palabra «ley», que según la Real Academia Española es un «mandato de algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados«; aparte de que, como dice Cèlia Sànchez-Mústich («Carta a mi teniente», Plataforma Súmate), «ley es como los chinos pronunciarían rey», el problema está en la frase «el bien de los gobernados».

Para unos gobernados, «el bien» es que dejen de gobernarles los que vienen desposeyéndoles; para los otros, «el bien de los gobernados» implica el bien de gobernantes y «subvencionados» en función de un proyecto de país grande, compacto y temible, cosa que consideran «de interés general» (sinónimo de «bien» que aparece en el artículo 155).

Y es que como dijo el juez Baltasar Garzón en la Sexta, el artículo 155 no estaba pensado para ser aplicado y carece de contenido específico. ¿Se entendería entonces que el 155 debería aplicarse en caso de que una autonomía «atacara» a otra con intención de dañarla? Pues eso no es lo que ha hecho Cataluña, sino lo que ha sufrido.

Y es que el lenguaje jurídico sin meditación es muy ambiguo y solipsístico (el solipsismo sostiene que lo único cognoscible es la existencia de la propia mente, y por eso el ser humano se equivoca sistemáticamente –Descartes dixit).

Mientras unos solipsistas efectúan ataques policiales y políticos, y están seguros de hacerlo «bien», los del otro bando piden libertad y se quieren defender con las mismas leyes que han rechazado, pensando que de ese modo ganarán.

En todo este lío de palabras, conceptos y sentimientos, unos acusan a los otros de ser poco solidarios, y éstos están cansados de ser solidarios a la fuerza desde hace siglos. ¿No habría una manera de sentarse los representantes de la «gente normal» sin los gobiernos (los alcaldes, por ejemplo) y hablar de cómo organizar el trabajo y las ayudas?

¿No tendría sentido estipular la solidaridad de manera que ninguna autonomía aportara más del doble de lo que aporta la autonomía que aporta menos, y ninguna autonomía percibiera menos de la mitad de la autonomía que percibe más?

Puestos a ser solipsistas, puedo inventar mi mundo paralelo y pensar que quizás Todos lo están haciendo «muy bien»; que lo que vendrá será óptimo: aunque unos queden ciegos y los otros tuertos (para conjura de ratones americanos y cuervos rusos), estaremos mejor Todos fuera de la UE; las terceras partes que se aprovechen emplearán a los inmigrantes que huyen de las guerras, good for them.

Una involución deseable para unirnos ante los verdaderos males: el desastre ecológico, la polución del aire, la muerte de los océanos, el alcoholismo y los consiguientes trastornos bipolares.

Si es que, como ya dijo hace tiempo el poeta Enric Casasses, «Cataluña siempre ha sido independiente y lo que pasa que muchos aún no se han dado cuenta«, todo es diversión, y el resto que vaya a misa.

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