Cuñadismo

Qué gran lección de cuñadismo vivimos el domingo pasado. Últimamente no damos abasto con tantas exhibiciones de genitales masculinos y, como no podía ser de otra manera, ahora le tocaba el turno a los que se sienten patriotas españoles y han tenido que soportar en silencio, como pasa con las hemorroides, todos estos años de descontrol independentista. No tengo claro que todos los demócratas que se manifestaron pacíficamente por las calles de Barcelona envueltos en la rojigualda como canelones patrios fueran catalanes que viven y trabajan en Cataluña. De lo que no tengo ninguna duda es de la pluralidad de la concentración y no sólo por la presencia de catalanes de otros lugares de España. ¡Qué gran hermandad de catequistas de Legionarios de Cristo, confesos y presuntos corruptos populares y nostálgicos del franquismo!

¡Y qué decir de la aparición estelar de los patricios Mario Vargas Llosa y Josep Borrell! El escritor peruano, tan liberal y tan superior al resto de mortales empezando por los peruanos pobres, nos dio a todos los desagradecidos catalanes que salimos el 1-O a pegar a policías una gran lección de democracia y de respeto a las diferencias. Él, tan cosmopolita y políglota, fue incapaz de pronunciar como tocaba los apellidos de los enviados por el demonio a romper la España que Franco dejó bien atada. Puigdemont y su cabellera se convirtieron en un Pudemong a secas mientras que Carme Forcadell se transformó en una desconcertante Forradel. Vargas Llosa ya no es lo que era y es una pena. No sé si le ha desgastado más el inmerecido premio Nobel o el surrealista matrimonio con la Preysler.

Sobre Josep Borrell no tengo más que alabanzas. Su capacidad de sobrevivir a todas las escabechinas socialistas y aparecer y desaparecer como el Guadiana es envidiable. Borrell siempre ha huido del nacionalismo catalán como de la peste hasta el punto de utilizar su lengua materna –el catalán- sólo cuando necesita insultar a algún compañero de partido. El histórico dirigente del PSOE intentó el domingo pasado explicar a los asistentes a la manifestación que España no es una, sino cincuenta y una, pero no lo consiguió porque pocos entendieron su dialecto de «raier» del Pirineo. Seguramente si se hubiese explicado en castellano de Valladolid no habría provocado tanta confusión entre el personal, la mayoría de ellos doctorados en ignorancia.

Disfruté de este esperpéntico espectáculo desde la distancia. Concretamente desde unos 400 kilómetros. Las obligaciones familiares me llevaron a asistir este fin de semana pasado a una boda en Valencia. El bodorrio se celebró en un pueblecito llamado Sot de Xera (comarca de los Serranos), más conocido entre los mismos habitantes -todos castellanohablantes- como Sot de Chera. La inmersión en la realidad valenciana me acabó de abrir los ojos sobre dos cosas que no me dejaban dormir últimamente: Cataluña nunca será independiente mientras los catalanes siguen confundiendo una DUI con un DIU y la unidad de los Países Catalanes sólo existe en la imaginación imperialista de los cupaires.

La noche previa a la boda, los miembros de la delegación catalana salimos a recorrer Valencia con la intención de encontrar a alguien que nos recitase un poema del gran Vicent Andrés Estellés. Sin embargo, la misión acabó en fracaso estrepitoso. En la puerta del Ayuntamiento gritamos «¡Viva los Países Valencianos!» animados porque el edicto que el alcalde manresano había hecho con motivo de la fiesta del 9-O -y que leímos con toda facilidad porque estaba colgado en la pared de la fachada en cuerpo de letra 25- estaba escrito en catalán estándar para escarnio del blaverismo. La performance no sirvió de nada porque nadie nos hizo caso, así que optamos por fotografiar la señorial sede del Banco de Valencia que ahora ocupará Caixabank. La fiesta acabó a las tres de la madrugada tomando una horchata granizada y unos fartons, y disfrutando del bonito acento del camarero, que era de Ibi.

No explicaré detalles de la boda más allá de decir que no todos los catalanes del resto de España estaban el domingo en Barcelona manifestándose por la unidad de la patria. Conscientes de que habíamos venido a conquistarlos, la parte valenciana de la familia –que eran casi todos- optó por ignorarnos educadamente como el resto del planeta.

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