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El hambre y las ganas de comer

Entre las múltiples aberraciones que nos está deparando el procés, brilla con luz propia el flechazo izquierdista con el nacionalismo. Cuestión no baladí, en la medida en que contribuye a promover la enorme confusión reinante y, en definitiva, a legitimar el desenfreno de Junts pel Sí y la CUP, con Puigdemont a la cabeza.

A primeros del pasado junio, la corriente Izquierda Anticapitalista de Podemos emitió un comunicado inequívoco: «Apoyamos el referéndum del 1 de octubre, y llamamos a toda la izquierda del Estado español a organizar la solidaridad con los derechos democráticos del pueblo catalán». ¿Es esto producto de alguna transustanciación política? ¿Se ha caído del caballo Miguel Urbán? ¿Podría ser consecuencia de una visita a Lourdes? No, desde luego. Simplemente, creen que Cataluña es el eslabón débil de la cadena del poder y, en consecuencia, hay que abundar por ahí para que se rompa.

Responde tal reflejo a muy viejos esquemas de la izquierda y, en consecuencia, nada de extraño que hayan sido incorporados con entusiasmo al catecismo izquierdista. «Ha prendido la mecha que hará explotar todo», proclamaba enfervorizado un activista de Podemos ante el espectáculo de la movilización nacionalista. Algún otro, iba más allá: «Con el 1-O, el procés, el nacionalismo, han sido desbordados por la lucha en la calle. Ahora se lucha por la democracia». O sea, aquello del cambio de naturaleza de las cosas en el fragor de los hechos, hasta la revolución.

Ramalazo viejo, viejísimo, donde los haya y desde luego preocupante ceguera, sordera y algo más para no ver, oír o sentir lo que se está diciendo en la calle. Pero, claro, como al periodista compulsivo (y mentiroso) que no entiende cómo la realidad puede estropearle una estupenda noticia, el izquierdismo (entendido, como lo que es: enfermedad infantil de la izquierda) no puede soportar que la cruda realidad política en Cataluña niegue de plano los preciosos esquemas que tanto mima y que quizá le ha costado lo suyo aprehender.

Es tan gordo el fraude organizado por el gobierno de Puigdemont, los partidos que lo sustentan y las entidades que lo nutren, que el izquierdismo, en algunos casos, reconoce que el 1-O no cumple los requisitos exigibles en cualquier consulta. Pero lo hacen sotto voce, mientras llaman en voz bien alta a, por ejemplo, «participar de las movilizaciones». Es decir, bailarles el agua a los nacionalistas. Porque de eso se trata, en definitiva. A costa, incluso, de ser abucheados, insultados por los mismos que van a apoyar. Así son las cosas: cuando uno anda entre Scila y Caribdis, ocurre que para algunos eres de los otros y viceversa.

Mientras tanto, el nacionalismo, contento, va engordando al ver juntarse el hambre con las ganas de comer. Nunca mejor dicho en lo que al izquierdismo se refiere. Estructuralmente marginal, frustrado, reducido al papel que se le asigna a la mosca cojonera (a pesar de sentirse poseedores de la verdad y solo la verdad) pierde el oremus ante la gente movilizada. Y así nos va.

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