El dolor une

Habrá tiempo, en los próximos días y semanas, para analizar con profundidad todas las circunstancias que han conducido a la matanza de las Ramblas y a los luctuosos sucesos de Cambrils, aparentemente conectados. Ripoll es una pequeña ciudad de 10.000 habitantes y la existencia de una célula yihadista criminal es, de entrada, una constatación difícil de asimilar y que merece un cuidadoso estudio y reflexión.

Ahora es la hora de estar unidos en el rechazo frontal a la violencia y en la solidaridad con las víctimas de estos brutales atentados que han sacudido las vacaciones de agosto. No valen partidismos ni interpretaciones políticas oportunistas. No valen ataques entre instituciones democráticas, ni entre cuerpos policiales, ni entre compañeros de profesión periodística, como desgraciadamente se está intentando provocar. La fiebre de Twitter hace un mal gratuito e innecesario.

Barcelona, Cambrils y Cataluña están devastadas por el dolor del centenar largo de heridos y de las familias y amigos de los 14 muertos que se han producido hasta ahora. No hay ningún otro sentimiento, ninguna otra emoción que supere este estado de shock y de desolación colectiva. Antes de nada, debemos respetar el luto, dar todo el calor a los más directamente afectados e ir ganando la normalidad con firmeza, sin histerismos.

Tampoco es el momento de extender ningún tipo de sospecha ni malevolencia xenófoba hacia el conjunto de la población musulmana y de raíces magrebíes -más de 400.000 personas- que viven en los pueblos y ciudades catalanas. Generalizar conductas o criminalizar a un colectivo por su identidad religiosa y/o cultural nos hace caer en la trampa de la intolerancia étnica que retroalimenta a la violencia.

Junto a las terribles imágenes de las Ramblas y Cambrils, hay otras que hay que remarcar en estos momentos de alta tensión: la comparecencia de todas las autoridades presididas por el rey Felipe VI, acompañadas por una multitud de ciudadanos, en la concentración de pésame en la plaza de Cataluña o la rueda de prensa conjunta que han ofrecido el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, tras la reunión de coordinación en la consejería de Interior.

Si hay otra expresión que, además del dolor, define estos momentos trágicos es la del orgullo ante la reacción de la gente anónima de la calle: de los que hacen cola para donar sangre, de los que han abierto las puertas de su casa para acoger a los turistas damnificados, de los taxistas que han ofrecido gratuitamente sus vehículos, de los trabajadores de Eulen que han levantado la huelga en el aeropuerto de El Prat, de los vecinos que han llevado agua a los automovilistas inmovilizados por el dispositivo policial, de los trabajadores sanitarios que han abandonado voluntariamente sus vacaciones para ponerse a disposición de los hospitales, de los miles de españoles y ciudadanos de todo el mundo que han mostrado su solidaridad con Barcelona a través de las redes sociales …

Es obvio que se han producido fallos en múltiples bandas en la prevención y aborto de estos atentados que hoy todos condenamos y lloramos. Pero no es el momento de los reproches ni de las críticas. Más adelante habrá que exigir responsabilidades. Ahora es la hora de hacer confianza en la inteligencia y la capacidad investigadora de los cuerpos de seguridad, comenzando por los Mossos, para desactivar completamente este brote de violencia yihadista que se ha incubado en las montañas del Ripollès y que se concentra en la localización del autor de la masacre de las Ramblas.

Ante los síntomas de división y de crispación de la sociedad catalana de los últimos meses, los tristes hechos de este 17 de agosto nos reúnen y hermanan en la herida del dolor y en la esperanza cierta de una convivencia armónica y en paz. La vida es amor, el odio es la muerte. Este es el testimonio que nos deja la sangre derramada en las Ramblas y en Cambrils. El mejor homenaje póstumo que podemos ofrecer a las 14 víctimas mortales y a sus familias y amigos es la voluntad inquebrantable de solucionar las diferencias que nos separan, ya sean religiosas o políticas, a través del diálogo, del respeto y de la mutua comprensión.

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