Expropiemos Montserrat

No sé a qué vienen tantos aspavientos. Los cupaires barceloneses proponen expropiar la catedral y convertirla en una escuela de música o en un economato y se desatan todas las iras de los dioses. Desde todos los rincones de la patria catalana se les ha ridiculizado injustamente cuando ellos son los únicos que no han engañado a nadie sobre lo que son y que se creen que la independencia es el único camino posible hacia una sociedad más justa. Si hemos de acusar a alguien de enredar al personal con ocurrencias que no van a ningún lado, estos son los ex-convergentes, que un día hablan de romper con España y al día siguiente dicen que sólo nos queda el pacto como en los mejores momentos del pujolismo.

Era previsible que la propuesta que defendieron en el siempre entretenido pleno de Ciutat Vella no tendría apoyo, a pesar de que el argumento cupaire es compartido por muchos que somos incapaces de diferenciar entre el catolicismo de ahora al servicio del capital y el nacionalcatolicismo de antes al servicio de la dictadura. La CUP considera que la catedral está en «desuso espiritual y religioso», y que alimenta la masificación turística y la gentrificación que sufre su entorno. Y tiene toda la razón. Hace tiempo que los mercaderes han invadido el templo: se alimenta básicamente de visitas de turistas porque en los horarios reservados a las misas no ves ni una rata. Las escaleras principales están acordonadas y antes de entrar has de sortear a unas señoras que venden pañuelos para taparse las carnes y un cartel que anuncia que las visitas guiadas cuestan 5 euros.

La otra entrada a la catedral, la de la calle del Bisbe, es un polo de atracción constante de rebaños de turistas. Los grupos, en estado catatónico después de horas caminando sin parar bajo un sol de justicia, se concentran deshidratados en la puerta de Santa Eulàlia para visitar el claustro y disfrutar de un poco de sombra. El desprevenido viandante que va desde la plaza Sant Jaume con una cierta prisa se encuentra con una pared de cuerpos sudados y rojos como gambas que ha sortear a codazos y empujones evitando cualquier contacto físico para no acabar pringado de crema solar. En este caso, no sólo hablamos de invasión turística sino también de gentrificación porque el alud de visitantes ha espantado a los aborígenes.

Recuerdo cuando iba de tascas por la zona. Acostumbraba a quedar con los amigos en las escaleras de la catedral y muchas veces de camino hacia el Portalón de la calle Banys Nous (todavía existe pero reconvertida en atracción de feria para turistas) hacíamos una paradita a ver las ocas del claustro y a robar las monedas que la gente tiraba a la fuente a cambio de deseos. Entonces todo era gratis, como lo era hasta hace poco visitar el bonito claustro de la iglesia de Santa Anna, pero llegaron los Juegos Olímpicos y toda la ciudad se convirtió en una máquina de hacer dinero donde tenemos que pagar por todo.

Pero ahora toca dar apoyo a la visionaria CUP, que sólo recibe parabienes de la caverna mediática convergente cuando ejerce de obediente muleta para apuntalar al desorientado gobierno Puigdemont. Acaba su argumentario expropiador añadiendo que la catedral «es una institución al servicio de la monarquía y de la burguesía» y esto también es cierto. Ahora bien, creo que tendrían que ser más ambiciosos y extender la incautación al resto de templos patrios comenzando por Montserrat, donde se recibía a Franco bajo palio cuando visitaba la colonizada Cataluña. Y es que si hablamos de expropiar los bienes terrenales de la iglesia para construir una sociedad sin privilegios al día siguiente del 1-O, o todos moros o todos cristianos.

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