«Comanchería»

El impropiamente denominado «Comanchería» es, formalmente, un western policíaco de actualidad y también una puerta entreabierta que nos permite asomarnos a una realidad americana, frontalmente reñida con la propaganda y que explica porqué se puede votar a Donald Trump en los Estados Unidos.

«Hell or High Water» es el título original de una película estadounidense de 2016, dirigida por David Mackenzie y escrita por Taylor Sheridan, sobre dos hermanos que atracan bancos para pagar la hipoteca de su granja familiar, de la que intentaban apropiarse los prestamistas. Se estrenó en agosto pasado en el Festival de Cannes y fue nominada a los Oscar como mejor película, mejor actor de reparto, mejor guión original y mejor montaje.

Un paisaje de Texas desertizado, de casuchas desvencijadas y gente pobre, abandonado de la mano de Dios, es el escenario en el que se desarrolla el relato. En las antípodas del Texas de Houston, la ciudad global beta 6, sede del carísimo turismo oncológico, la aeronáutica, la tecnología del petróleo y que, tras Nueva York, más sedes de empresas Fortune 500 alberga. A infinita distancia del imaginario de unos Estados Unidos opulentos y felices.

La práctica bancaria de esquilmar a los agricultores viene en EE.UU. de tan lejos que constituye una seña de identidad del país. Y en los años 80 se produjo el tiro de gracia. Los agricultores se endeudaban comprando maquinaria y semillas, a cambio de hipotecar sus tierras y los bancos estimulaban el crédito considerando que su dinero estaba asegurado con la tierra. Los cambios en los mercados y la revaluación del dólar encarecieron los productos agrícolas norteamericanos, descendieron las rentas de los agricultores y el resultado fue que 2,4 millones de granjeros debían a los bancos 215.000 millones. Sólo los intereses de esta montaña de deuda ascendían a 21.000 millones de dólares, la misma cantidad que la renta agraria total. Los propietarios no pudieron devolver los préstamos y los bancos comenzaron a ejecutarlos. Una tercera parte de las explotaciones tenía deudas superiores al 40% de su patrimonio. Granjeros de cuatro o cinco generaciones tuvieron que abandonar la tierra. Aumentaron los problemas matrimoniales, los malos tratos a los niños y el alcoholismo en los pueblos: los suicidios de campesinos eran un 40% más altos que en otras ocupaciones.

Este es el caso de los dos hermanos protagonistas de «Comanchería». Uno recién salido de la cárcel y el otro que acaba de ver morir a su madre, en su casa vieja y destartalada. Deben 45.000 dólares al banco, y si no los pagan les quitan sus tierras donde, por cierto, hay petróleo. Salida: asaltar pequeñas sucursales, llevarse el dinero de caja, blanquearlo en casinos y pagar al banco. En el último atraco hay un tiroteo con muertos (de cajón, en un lugar donde todos van armados), una persecución y el hermano ex-presidiario es abatido por el «marshall» del lugar. El otro logra huir y dejar todo bien atado para asegurar el futuro de sus dos hijos pequeños a costa de la granja y el petróleo que hay en ella. En el transcurso de los hechos, hay complicidad con los atracadores, testigos que ocultan información a la policía, racismo… «La tierra le fue arrebatada a los indios por el hombre blanco y ahora se la roban a ellos los bancos», dice un testigo de este mundo arrasado, carente de valores y de esperanza. En «off», viejas y nuevas letras van narrando musicalmente los sueños rotos de la nación americana, las desgraciadas vidas de muchísima gente que, como confiesa el hermano superviviente de la película al «marshall» ya jubilado, «ha sido hijo de pobres y nieto de pobres, y no quieren que sus hijos sigan siendo pobres».

Y, como cuenta la canción final, lo mismo que esto en Nueva Orleans Atlanta, Cleveland o Detroit, en todo el país. 50 millones de pobres oficiales y muchos millones más viviendo a la cuarta pregunta. Gente dejada de la mano de Dios. Despedida de sus trabajos, robada por los bancos y las aseguradoras, explotada, manipulada, perdida, sin vida digna de ser vivida… Y la certeza de que todo va a peor. Estremecedor colofón de decenios de capitalismo salvaje, cuya última cara más visible se llama Donald Trump al que, por cierto, bastantes ciudadanos como los que aparecen en la película seguramente habrán votado.

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