Queremos acoger pero… ¿sabremos?

Una parte de los refugiados e inmigrantes que han llegado a Catalunya querrían irse o se han ido ya a otros países europeos, sobre todo a Alemania. Son muchos los ciudadanos que se suman a la campaña de «¡Queremos acoger. Abrid fronteras!» y esperamos que sean muchísimos el próximo sábado en Barcelona en la concentración convocada por Casa Nostra Casa Vostra. Pero ¿cómo interpretar esta oferta de acogida con la huída de muchos refugiados que ya habían llegado?

En el concierto para las personas refugiadas celebrado en el Palau Sant Jordi se expusieron ejemplos de por qué escapan de sus hogares, de sus países. Personas homosexuales que son amenazadas al reconocer su condición sexual, familias a las que las bombas han destruido sus hogares, niñas a las que pretenden casar con alguien que no conocen o someter a ablaciones genitales, campesinos a los que el mar se ha tragado sus cultivos a causa del cambio climático, chicos sin ninguna expectativa de futuro por la miseria o la dictadura que les ha tocado sufrir…

Todos ellos buscan una vida mejor, más digna y tranquila, con la esperanza de un mañana ilusionador, estimulante, feliz.

¿Se lo podemos ofrecer?

Los países de la Unión Europea se comprometieron a acoger cientos de miles de refugiados, salvo algunos estados que de entrada ya se negaron lamentablemente a ello. Los que se comprometieron no tienen ninguna prisa en hacer realidad el acuerdo que firmaron ahora hace casi un año y medio. España no es la excepción. A estas alturas sólo han llegado a territorio español el 7% de los refugiados que tenían que ser acogidos.

Desde Cataluña, y con razón, se recrimina esta pasividad pero debemos preguntarnos si, de verdad, estamos preparados para atender a las personas refugiadas que nos corresponde acoger. En nuestro país, los refugiados son ubicados en albergues o viviendas donde tienen sus necesidades básicas cubiertas pero que tendrán que abandonar al cabo de medio año o nueve meses. A continuación tendrán que buscar un piso de alquiler, proceso en el que contarán con apoyo económico parcial de la administración pública durante un año. En la primera fase les dan 52 euros cada mes y sus actividades se limitan al aprendizaje de idiomas y algunas actividades lúdicas. Miran hacia Alemania y allí les esperan 400 euros mensuales y familiares y amigos de sus países de origen.

¿Qué haríamos nosotros en su caso?

El gobierno catalán ha puesto en marcha una campaña para que cinco voluntarios acompañen a cada refugiado. Los llaman «mentores» y copia el modelo canadiense. El sirio Samir le explicaba al periodista Marc Almodóvar de Público que «la gente es muy buena, el equipo de educadores es muy bueno, pero el programa es un desastre. Si no hay recursos, ¿por qué nos acogen?».

Bienvenido sea el voluntarismo. La crítica a la Unión Europea y al gobierno español por su ignominiosa actitud ante esta realidad es absolutamente justificada.

Pero hace falta algo más.

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