El hilo perdido de la historia

El año 1971, el músico catalán Pau Casals fue merecedor de la Medalla de la Paz, que le entregó el entonces secretario general de las Naciones Unidas, U-Thant. En el transcurso de esta ceremonia, el violoncelista y compositor del Vendrell dirigió el Himno a las Naciones Unidas que había creado para la ocasión y ante la asamblea general de Nueva York pronunció un discurso que ha quedado grabado, para siempre, en los anales de la historia de Cataluña.

El gran Pau Casals, que entonces tenía 95 años y vivía en el exilio por su radical oposición a la dictadura franquista, se dirigió con voz poderosa ante los representantes de todos los países del mundo y dijo: «Este es el honor más grande que he recibido a mi vida. La paz ha sido siempre mi más gran preocupación. Ya en mi niñez aprendí a quererla. Mi madre –una mujer excepcional, genial-, cuando yo era chico, ya me hablaba de la paz, porque en aquellos tiempos también había muchas guerras. Dejadme que os diga una cosa… yo soy catalán. Cataluña es hoy una región de España, pero ¿qué ha sido Cataluña? Cataluña ha sido la nación más grande del mundo. Yo os explicaré el porqué. Cataluña tuvo el primer Parlamento, mucho antes que Inglaterra. Cataluña tuvo las primeras Naciones Unidas: en el siglo XI todas las autoridades de Cataluña se reunieron a Toluges -hoy una ciudad de Francia, entonces en Cataluña-, para hablar de paz, en el siglo XI… paz en el mundo y contra, contra, contra las guerras, la inhumanidad de las guerras…. esto es Cataluña. Por eso las Naciones Unidas, que trabajan únicamente por el ideal de la paz, están en mi corazón, porque todo aquello referente a la paz va directamente a él».

El aplauso que recibió Pau Casals en las Naciones Unidas es el hito más alto que ha logrado un catalán en el ámbito internacional. Nada que ver con la conferencia pronunciada el pasado martes por los tres mosqueteros procesistas –el presidente Carles Puigdemont, el vicepresidente Oriol Junqueras y el consejero Raül Romeva- en la sala 3C050 del Parlamento europeo. Lo sabían, lo saben, pero hacen oídos sordos al clamor internacional: la estrategia del «referéndum o referéndum» que guía la acción del actual gobierno de la Generalitat merece el rechazo más absoluto de las autoridades comunitarias y de los representantes electos de los países miembros de la Unión Europea (UE).

Por muchísimas razones, el proyecto de la secesión de Cataluña es considerado, en el actual contexto geopolítico, un disparate colosal que conecta directamente con el Brexit. Que ningún miembro de la Comisión Europea ni ningún alto representante de los países de la UE asistiera a la conferencia del presidente de la Generalitat es un fracaso de la diplomacia catalana. Y no sólo esto: supone un gravísimo retroceso en nuestro prestigio y credibilidad internacional.

Para entendernos: yo no soy independentista, pero tampoco soy anti-independentista. Creo que esta opinión tolerante es compartida por miles de personas, de Cataluña y de fuera de Cataluña. El gran error de los estelados ha sido crear una división artificial de la sociedad catalana y española, basada en una acentuada visión paranoica de la vida y de la historia. Yo no les niego la razón en algunos de los planteamientos que hacen, pero los farolillos tienen que admitir e interiorizar los puntos de vista de los otros y aceptar que, como mínimo, la mitad de la población no les «compra» su proyecto.

Llegados a este punto, forzar el delicado engranaje social con la consigna de «gas a fondo» hacia la independencia crispa innecesariamente la convivencia y desestabiliza la política de reconstrucción que hay que emprender después de la traumática recesión económica y los devastadores recortes presupuestarios que hemos sufrido. Sin la zanahoria envenenada del «referéndum o referéndum», Cataluña podría encarar de una manera mucho más efectiva y provechosa el nuevo ciclo expansivo de la actividad productiva en el que hemos entrado.

Yo puedo entender que a Oriol Junqueras y a Raül Romeva –que forjaron su amistad cuando los dos eran eurodiputados por ERC e ICV, respectivamente- volver a la sede del Parlamento europeo, ahora como altos dignatarios de la Generalitat, para exponer el proyecto independentista, incubado con Ramon Tremosa durante las largas y aburridas noches de Bruselas, les ha resultado orgásmico. Trabajo hecho, debían de pensar. Pero trabajo mal hecho, preciso.

El skyline que ofrece hoy Cataluña ante las instituciones europeas, nos guste o no, es parecido al de la Padania imaginada por Umberto Bossi: una región rica que se considera maltratada por las transferencias fiscales que hace a su mezzogiorno particular (Andalucía y Extremadura, principalmente). No estamos hablando de democracia, como afirma el procesismo: estamos hablando de secesión por motivos identitarios y económicos… y para tapar los graves escándalos de corrupción de la familia del padre padrone del movimiento soberanista, Jordi Pujol.

Bienvenidos sean los referéndums a la suiza cuando la población es consultada sobre cuestiones que afectan a la vida interna de un país (la construcción de centrales nucleares, la renta básica, la prohibición del tabaco, la financiación de la televisión pública, la ampliación de las vacaciones…). Pero un referéndum por la independencia, en una sociedad europea, abierta, plural y mezclada como la catalana, es una bomba de relojería, puesto que excita –se quiera o no se quiera- aspectos íntimos, familiares, emocionales, sentimentales y culturales de las personas.

No es lo mismo votar en referéndum sobre el modelo energético, por ejemplo, donde lo que prevalece es el razonamiento que pueda hacer cada cual, que hacerlo sobre la secesión de un territorio, donde se vota más con el corazón que con la cabeza. La buena política se tiene que regir sobre el intelecto y no sobre las pasiones (el denostado populismo).

La Cataluña que defendió Pau Casals ante la asamblea general de las Naciones Unidas no es la misma que Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Raül Romeva han explicado en Bruselas. El maestro evocó la Cataluña de la paz, el diálogo, la democracia y el acuerdo. La Cataluña del gobierno de Junts pel Sí provoca rechazo en la Unión Europea y en el resto de comunidades autónomas del Estado español y con su obsesión independentista incomoda, de manera especial, a los territorios vecinos. El referéndum secesionista incorpora, inevitablemente, la semilla de la discordia, de la división y del enfrentamiento, justo lo contrario de lo que propugnaba Pau Casals.

En 45 años hemos pasado del prestigio en las Naciones Unidas al desprestigio en la Unión Europea. El mundo nos mira y no gustamos. Tenemos que reconocer que lo hemos hecho mal y reivindico la inteligencia política para intentar reencontrar el hilo de la historia que hemos perdido.

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