Carbón para el farolillo

Se mire por donde se mire, convendrán conmigo en que las manifestaciones públicas favorables al proceso independentista se han desarrollado hasta ahora con exquisita pulcritud; me refiero, de manera muy especial, a las reiteradas y multitudinarias manifestaciones de los 11 de septiembre. Es justamente por eso que ha llamado la atención el clamoroso resbalón de los farolillos estrellados de la cabalgata de reyes de Vic, promocionados por la ANC de la zona, con el consecuente visto bueno de la Asamblea madre. No parece la fiesta de los reyes, destinada de manera especial a los más pequeños de la casa, el mejor marco para sacar a pasear una bandera que, de un tiempo a esta parte, relega el protagonismo de la bandera oficial de Cataluña, la senyera. Que el vestido de la estelada haya sido en esta ocasión un farolillo no resta demérito a una idea que, a pesar de las protestas que generó, nunca fue retirada.

Meritorios, eso sí, los reflejos de algunos de los actores del proceso. Con extraordinaria habilidad, Òmnium Cultural, sparring de la ANC en el combate por la independencia, corrió a desmarcarse de la pifia, dejando aún más, si cabe, a su socia con el culo al aire. Antes de que los hiperventilados de costumbre sacaran el sant Cristo gros, también el candidato de Esquerra Republicana de Catalunya y actual diputado en el Congreso de Madrid, Gabriel Rufián, y detrás de él ERC en general, maniobró rápido y con pericia para dejar clara su oposición a la desafortunada medida. Después se añadió también el PDECat.

El proceso catalán se ha convertido en una partida de ajedrez donde cualquier movimiento, por pequeño que éste sea, parece trascendente y, por tanto, capaz de dar al traste toda la partida. De esto se han dado cuenta la mayoría de los independentistas que han puesto el grito en el cielo ante la ocurrencia de la ANC, que debería reflexionar sobre el desacierto de la propuesta. Justamente porque no vale todo, no han sido pocos los que han censurado que se haya mezclado la fiesta de reyes con el legítimo reclamo independentista. Jordi Sánchez se apunta, pues, un demérito en su historial como presidente de la Asamblea Nacional Catalana. También ha faltado la asunción del equívoco y algo más de mea culpa.

Los reyes habrán traído carbón a una idea que, en caso de empate, como parece que es el que se mantiene en Cataluña entre los partidarios del sí y el no a la independencia, no ayuda a clarificar el panorama. Hecha la crítica, tampoco comparto la desmesura de algunos desproporcionados reproches que no han querido desaprovechar el error para mojar pan.

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