Aznaridad…

La renuncia de Aznar a la presidencia de honor del PP hace de guinda de un año (2016) relleno de historias (e histerias) hasta el empacho. El anuncio me transportó a la póstuma crónica del reinado laico de Aznar, ‘La aznaridad’, escrita por el inmortal Manolo Vázquez Montalbán. En el libro, el sabio escritor ya describe las deidades narcisistas del ex presidente. En uno de los episodios, Montalbán narra: «Cual enorme bebé sonriente, Mariano Rajoy parece haber salido de las entrañas de José María Aznar y ha sido ratificado por la dirección del PP por una votación que de haberse tratado de comunistas se hubiera calificado a la búlgura». (Aquí van los aplausos).

El bebé ahora es presidente del Gobierno y el de las entrañas sólo presidente de las Faes. Aznar ha marchado del PP alegando incompatibilidades ahora que la fundación que preside se ha desvinculado del partido. Excusas. Aznar deja el PP harto de Rajoy. Creía el bueno de Aznar que manipularía a su antojo el bebé gallego. De la lectura aznariana ya se vislumbra que Rajoy es hijo ilegítimo y no querido de Aznar, fruto del descarte entre otros candidatos; pero el registrador de la propiedad siempre estaba allí, a prueba de alquitrán y, aparentemente, manejable. Pero Rajoy ya hace tiempo que escogió hacer su camino, y eso el exbigotut no lo ha digerido nunca.

Aznar ha hecho el anuncio de la renuncia contraprogramando la presidencia de Rajoy en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, en Nueva York. No parece una coincidencia. Se llama morir matando. Huelga decir que el abandono de uno ha eclipsado la presidencia del otro. Misión cumplida.

Lo que no se sabe es qué ha pesado más en la toma de la decisión. Los pasillos dicen que no ha sido una única gota la que ha colmado el vaso de la escasa paciencia aznariana, más bien un océano entero. El soberanismo catalán quiere creer que el último empujoncito es suyo. Quizás sí. La Faes, que ahora preside a tiempo completo, ya mostró hace pocos días su malestar por la presunta voluntad de diálogo de Rajoy con el gobierno de Puigdemont.

Curioso el mal despertar que tienen los ex presidentes después de una más o menos prolongada hibernación pospresidencial. En otros países, los ex suelen guardar un respetuoso silencio. En cambio aquí, de un tiempo a esta parte, la prudencia presidencial ha dejado de ser una virtud. Véase, Felipe González y José María Aznar; por no hablar del ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Fue Felipe González quien primero describió el síndrome del ex presidente como el de los jarrones chinos, que se les calcula un gran valor, pero que no dejan de estorbar. Del llamado síndrome de la Moncloa se pasaba directamente a el de los jarrones chinos.

El jarrón chino Aznar, de tanto removerlo, ha caído, aunque nada indica que se haya roto. Algún día se le deberá reconocer a Rajoy el mérito de matar a los enemigos sin parpadear. Con todo, y en este caso, Rajoy se ha despojado de un incómodo presidente de honor cuestionable, pero seguramente ha ganado un despiadado jefe de la oposición.

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