Presunción de noticia

La presunta estafa del padre de Nadia me ha hecho pensar en un clásico de la literatura española, el Lazarillo de Tormes; de cómo el lazarillo se comía las uvas de tres en tres aprovechándose de la ceguera de su amo. El progenitor de la niña que, recordemos, es la primera víctima de esta historia, se ha beneficiado de la falta de visión de unos medios de comunicación ávidos de noticias distintas e impactantes que, sea por las prisas por culpa de la precariedad del sector, o sea para evitar que se derrumbe el castillo de naipes de la historia, no pierden el tiempo en autentificar los relatos. Volvemos a la posverdad, donde las llamadas a la emoción influyen más que los hechos objetivos.

No quería dedicar estas líneas a analizar la repugnancia que la farsa me pueda despertar. No se entiende que un padre (¿unos padres?) pueda usar la presunta enfermedad de su hija para lucrarse. Pero como en el caso que nos ocupa cada día descubrimos cosas nuevas, casi que mejor dejamos en manos de la justicia esclarecer los hechos y dirimir culpables y penas. De este relato lo que me llama poderosamente la atención es el desgraciado y penoso papel que algunos medios de comunicación han hecho.

¿A nadie se le ocurrió autentificar la historia? La lucha titánica de un padre por su hija enferma era bastante emotiva como para escudriñar el relato en busca de falsedades. Si fuera la primera vez que nos cuelan una mentira, podríamos alegar ignorancia, pero no es el caso. Salvando las distancias, la historia del periodismo está plegada de grandes mentiras.

Por ejemplo, Enric Marco se hizo pasar por prisionero del campo de concentración de Flossenburg sin haber estado nunca allí, hasta llegar a presidente de Amical Mauthausen, y forjó un relato estremecedor sobre el horror nazi, que otros que sí lo habían sufrido no fueron capaces de hilar, no al menos con la autenticidad de Marco. O el fraude de Alicia Esteve, que sin estar allí se hizo pasar por víctima de las Torres Gemelas, llegando a ser elegida presidenta de una de las asociaciones de víctimas de aquellos cruentos atentados. O, ya en un sentido menos épico y más crematístico de la impostura, tenemos el caso del expolio del Palau, perpetrado por Millet y Montull.

El caso de Nadia merecería la autocrítica del sector. De un tiempo a esta parte, queda al descubierto el abandono de la prensa a algunas de sus principales obligaciones. Cada vez más la prensa no hace de prensa y se olvida de autentificar la verdad de las cosas. Una oportunidad de autocrítica que, salvo honrosas excepciones, se ha vuelto a dejar escapar.

Nos pasamos el oficio tras la presunción de los delitos hasta que el juez pone el sello de autenticidad. Ya fuera hora de que recuperáramos la presunción de noticia. Lo que antes y aún ahora en algunos casos nos obliga a no dar por verdadero cualquier historia. Sea como quiera, y en honor a la verdad, ha sido la prensa quien, finalmente, ha destapado esta última farsa. Quizás no esté todo perdido…

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