El futuro es socialista

Somos 7.500 millones de personas vagando por la infinidad del Universo en una bola de Vida. Nadie sabe ni puede saber qué será de nosotros, pobres náufragos en la oscuridad del espacio. Sólo tenemos una certeza: el Sol, la estrella que nos ilumina y nos calienta, se extinguirá de aquí a unos 8.000 millones de años y entonces sí que todo se habrá acabado.

Mientras tanto, ¿qué hacemos los humanos sobre la Tierra? Ahora que ya conocemos todos los secretos del planeta y estamos todos interconectados, lo tenemos todo al alcance de la mano para edificar una civilización fraternal y ejemplar. Esta es el hito final del socialismo teórico: la construcción de una comunidad humana sin clases, sin opresión, sin injusticias; culta, solidaria, confortable y armónica.

Los extraordinarios avances de la ciencia nos acercan cada vez más a este ideal, soñado por los filósofos utópicos y las religiones de todos los tiempos. El socialismo, desnudado de las miserias orgánicas y de las ambiciones personalistas, tiene un futuro esplendoroso por delante. Sin abandonar el ámbito las ideas, los principales obstáculos para avanzar hacia la humanidad cooperativa y en paz son el nacionalismo excluyente y el liberalismo egoísta, fuente atávica, como bien sabemos, de conflictos, de desigualdad y de dolor.

Para saber hacia dónde debemos ir hay que saber, de entrada, dónde estamos. Ubicados en Cataluña y en España, nos encontramos en la fase de vertebración de los Estados Unidos de Europa (EUE), el proyecto surgido después de las dos devastadoras guerras mundiales del siglo XX para superar, precisamente, el cáncer del nacionalismo agresivo y del populismo autoritario. A pesar de todas las dificultades y trabas, ya somos 340 millones de personas que llevamos la misma moneda en el bolsillo: el euro. Y esto es irreversible.

Venimos de la superación de la Guerra Fría, que se acabó con la simbólica destrucción del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Este ‘muro’, herencia también de la II Guerra Mundial, nos dejó un sistema de partidos que ha quedado obsoleto, pero que todavía continúa parcialmente de pie.

Descartado el comunismo como ‘vía exprés’ para lograr el socialismo, los esquemas partidistas heredados se tienen que adaptar a la nueva realidad. Hoy, la vieja democracia-cristiana y la vieja socialdemocracia defienden, en la práctica, los mismos valores humanistas, económicos y sociales. Esto lo ejemplifica muy bien el democristiano Matteo Renzi, el presidente del gobierno que lidera todo el ámbito católico, progresista y ex-comunista en Italia. O la ‘grosse koalition’ que gobierna en Alemania, con la canciller democristiana Angela Merkel y el vicecanciller socialdemócrata Sigmar Gabriel.

La disputa ideológica en Europa ya no es entre la derecha y la izquierda tradicionales. Esto quedó enterrado bajo los escombros del Muro de Berlín. Las fuerzas en choque son los reformistas partidarios de la construcción de los EUE y los populismos nacionalistas que se oponen; los defensores de la economía social de mercado vs. los libertarianos que combaten los costes del Estado del Bienestar. Los temas de fricción son ahora la emigración, los refugiados, la convivencia con los practicantes de la religión musulmana, la precariedad de los jóvenes, la sostenibilidad de las pensiones y, en el fondo, la aceptación o el rechazo de la nueva identidad mezclada que comporta la consolidación de la Unión Europea.

Para entendernos, el gran combate electoral que viviremos el próximo año en Francia, donde la «izquierda» (François Hollande) y la «derecha» (Alain Juppé) tienen el mismo enemigo común: el Front National de Marine Le Pen.

Desde Cataluña debemos entender en qué contexto estamos y nos movemos. La Unión Europea es, en esencia, la alianza entre Alemania y Francia para acabar con las pulsiones nacionalistas que, durante siglos, han desangrado el Viejo Continente. El principio de adhesión implica la aceptación de esta realidad. Por eso, el «proceso secesionista» catalán merece desprecio y rechazo en Bruselas. Estamos intentando construir los EUE y no es el momento de alimentar los particularismos identitarios ni de crear nuevas entidades estatales. No somos conscientes, pero, en síntesis, las reivindicaciones soberanistas de Cataluña –por mucho que las envolvamos con grandes palabras- forman parte de la oleada populista que amenaza actualmente los fundamentos del proyecto europeo.

No seré yo quien lo defienda, pero a Mariano Rajoy se le tiene que reconocer una virtud política: heredó de José María Aznar un PP que se identificaba con los «neocons» de los Estados Unidos y lo ha transformado en un partido de centro reformista europeo. También ha desmontado, a su manera, las tramas de corrupción que se habían enquistado en el partido, condenando a sus principales protagonistas al ostracismo político.

El PP del 2016 no es el mismo que el del 2000. Y esto el PSOE lo tiene que asumir y aceptar. Por eso, la destitución de Pedro Sánchez («No es no») estaba cantada. Insertados plenamente en la Unión Europea, es perfectamente homologable, como lo es en Alemania, un gobierno del PP y Ciudadanos con el apoyo, por abstención, de la socialdemocracia. En el proceso de construcción de los EUE, Bruselas exige a los estados miembros tres condiciones ‘sine qua non’:

*Que tengan un gobierno democrático estable

*Que aprueben y ejecuten los presupuestos estatales, sin desviación del déficit asignado

*Que apliquen con diligencia las directrices que emanan de la Comisión Europea

Estamos en el mes de octubre y todavía no se han debatido ni aprobado los presupuestos del Estado español para el 2016. ¿Comprendido?

Es obvio que la Constitución española de 1978 chirría y se tiene que reformular en algunos aspectos. No debemos olvidar que se redactó en unas condiciones históricas excepcionales, con el franquismo todavía muy vivo. En el actual Congreso de los Diputados, PP, PSOE y Ciudadanos suman más de las 2/3 partes y, por lo tanto, pueden emprender la necesaria reforma constitucional que, entre otras cuestiones, tendría que precisar y perfeccionar el encaje de Cataluña en el Estado español.

Yo lo tengo claro. España fue gobernada durante 200 años por la Casa de los Austrias y Cataluña, en general, guarda un buen recuerdo. Salvando todas las distancias, el «espíritu federalista» de los Habsburgo tiene su plasmación en la Constitución alemana de 1949, que protege la singularidad de Baviera y convierte el Senado en una cámara de representación de los estados federados. ¿Por qué no hacemos una transposición de la Ley Fundamental alemana al Estado español y nos inspiramos en ella para reformar la «vieja» Constitución?

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