Elogio de la pluralidad

Coincidiendo con la deriva catastrofista de la casta mediática (esa a la que tanto le duele España) contra toda forma de pluralidad, para vender más o porque así se lo mandan sus amos, dice el sociólogo Jorge Moruno, en su muro de Facebook, que tenemos que aprender a valorar el disenso y los distintos puntos de vista como una fortaleza, no como cismas o desafíos.

«La cultura contemporánea que valora positivamente la aversión al conflicto (en la película La invitación se ve claramente) es un lastre político que paraliza la secuencia de todo movimiento de transformación democrática. Lo contrario de la apertura es la ausencia de la diferencia donde reina una unidad vacía y trascendental; así pues, como le comentaba Engels en una carta a Bebel, ‘no hay que dejarse engañar por los gritos de unidad'», comenta Moruno.

Valga esta larga cita para proclamar en voz alta un elogio incondicional a la pluralidad. Porque, en contra de lo que nos repiten machaconamente el coro, España no va a la deriva, sino todo lo contrario. Porque, entre otras muchísimas cosas, aquí se está poniendo fin al bipartidismo y con ello no hace más que adelantarse a lo que está ocurriendo en Europa, con la ventaja, gracias a Dios, de que lo está haciendo sobre todo por la izquierda.

Jorge Moruno se refiere en particular a la crisis de Podemos que, cómo no, está siendo objeto de vapuleos casi tanto como España misma. Podemos se desgarra, Iglesias y Errejón a la greña, lucha por el poder… rezan los mensajes que nos quiere colar. Todo ello con la evidente intención de que, total, más de lo mismo (cosa de políticos; todos roban…) ¿Es que a estas alturas, nadie se ha parado a pensar, como Moruno, que la pluralidad es lo natural y que lo otro, la granítica unidad (de la que, por ejemplo, hace gala el PP) resulta una anomalía?

Tres cuartos de lo mismo es lo que ocurre con el PSOE, objeto de deseo de la derecha para salvar a Rajoy. Todo con la explícita intención, claro, de cargarse a Pedro Sánchez. Porque, tras la divinización de la unicidad se oculta lo contrario; es decir, el deseo de provocar divisiones y rupturas. «Unidad, unidad», pedía el presidente de la ANC, Jordi Sànchez, tras el último 11 de septiembre, quizá porque las cosas no le están saliendo a su gusto. Lo mismo que proclamarán quienes están haciendo todo lo posible para aplicar la ley del embudo en el Partido Socialista.

Todo lo contrario, en fin, de lo que proclama Moruno que, según sus propias palabras, es de los que piensa que cuantas más iniciativas se lancen, mejor. Cuantas más propuestas, cruces y confrontación de ideas, mejor. Cuanto más se desborden los esquemas de partida de las iniciativas, mejor. Ahí donde no hay armas populares que protejan a la virtud, hay corrupción; por eso lo más importante no son ni los nombres ni los documentos, sino la capacidad de crear un clima y una aceleración de desborde, de «un más allá» de lo pensado, una desviación de lo programado, una convulsión que no tenga medida.

La realidad, en fin, es plural o no es. Y las realidades están reclamando a gritos renovados instrumentos de análisis, un cambio en la percepción y, sobre todo, nuevas sensibilidades para poder entenderlas. La bandera de la unidad, vieja y desfasada, solo es eso, un señuelo que no quiere decir casi nada y lo que dice no responde a la verdad. Las cosas, como la vida misma, son plurales, infinitamente plurales, y es por eso, además de reconocerlo así, nos las tenemos que apañar para que casen. Y esto vale, desde luego, no solo para la interioridad de los partidos políticos y las relaciones entre ellos, sino para las cuestiones territoriales, sociales, económicas y hasta para la relación en pareja. Y si no que se lo pregunten al federalismo que, como recientemente escribía Francesc Trillas, vicepresidente de Federalistes d’Esquerres, «consagra el derecho a la diferencia sin que se produzca una diferencia de derechos».

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