Terapia de grupo

No hay nada mejor que una reunión de periodistas para cargar las pilas. Yo las frecuento porque la mayoría de mis amigos lo son y porque es la herramienta perfecta para exorcizar demonios y despacharse a gusto. En mi caso tienen el mismo efecto terapéutico que las cenas que celebraban los estrambóticos protagonistas de Notting Hill: cada uno explica su desgracia y después decidimos quién es el más desgraciado de todos. A veces cuesta porque las desgracias en nuestro gremio son muchas, pero al final votamos y el que gana no paga la cena y los que pierden se quedan más tranquilos pensando que siempre hay alguien que está peor. Aunque no lo parezca, reconforta volver a casa pensando que todavía no has tocado fondo.

El jueves pasado asistí a una peculiar terapia de grupo en el Colegio de Periodistas con la excusa de la presentación del libro Periodismo en reconstrucción que ha escrito el periodista Josep Carles Rius. Digo peculiar porque no estoy acostumbrada a ver ex-directores de diario hablando de desánimo y confusión, y a la vez asegurar ante un paisaje en ruinas todavía humeante que hay esperanza malgré tout. Reconozco que yo me muevo en niveles inferiores de depresión periodística y mi desánimo profesional tiene que ver con la subsistencia pura y dura. Hablo de trabajos mal pagados, de marginación porque no eres de la secta política que manda o pasas de los cuarenta, y de hijos de mala madre que quieren que trabajes gratis en nombre de la notoriedad de los cojones.

Los protagonistas del acto, representantes de diferentes generaciones de periodistas catalanes, hicieron una acertada radiografía del estado de la profesión, más perdida que nunca. Se escuchó mucha autocrítica sobre la responsabilidad del gremio en la falta de credibilidad e incluso algunos se atrevieron a acusarnos de cómplices. «Los periodistas cuando nos iba bien no decíamos nada», recordó Carles Capdevila apuntándose a la bronca que previamente nos había echado Gemma Parellada. Supongo que el ex-director del diario Ara lo decía porque la mayoría de los que tenía delante formaban parte de la clase patricia del periodismo. Aquella que ha tenido buenos sueldos y buenos trabajos estables toda la vida, ha frecuentado amistades poderosas y ahora disfruta de una buena jubilación o de un buen cargo.

Si Gemma Parellada y Carles Capdevila hubiesen girado un poco la cabeza hacia su izquierda se habrían encontrado con mi mirada estupefacta de paria freelance. Que yo recuerde, a mí nunca me ha ido bien como periodista. Ni antes cuando trabajaba en un diario que a duras penas se aguantaba en pie ni ahora cuando para llegar a un sueldo de mileurista tengo que trabajar todos los días del mes como pluriempleada. Igual que los compañeros de Josep Martí Gómez cuando era joven y el trabajo «era una mierda». Yo no soy cómplice de nada: ni de las decisiones erróneas de las direcciones ni de la propaganda que se hace pasar por información a cambio de subvenciones públicas. Yo no he tenido nunca padrinos políticos ni nadie me ha colocado a dedo en ningún sitio. Mi independencia profesional me ha salido muy cara y las migajas que he conseguido reunir siempre han sido fruto de mi esfuerzo y mi perseverancia.

El libro de Josep Carles Rius hace un acertado diagnóstico de la «tormenta perfecta» que está sufriendo la profesión periodística. No es sólo la crisis económica y el impacto de las nuevas tecnologías, es el exceso de sectarismo y la propaganda de unos medios de comunicación descaradamente politizados, es la falta de un modelo de negocio claro y la situación de las redacciones por las salvajes condiciones laborales y el deshumanizado sistema de producción, tal como describió acertadamente Milagros Pérez Oliva. Para el romántico Rius la única salida es «el retorno a los orígenes», es decir, «al periodismo libre y comprometido». Pues a mí me ha ido de maravilla hasta ahora: la notoriedad me paga la hipoteca y tengo todos los números de la rifa para acabar en la cuneta.

(Visited 23 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario