Mal rollo

Ahora resulta, por si no nos habíamos enterado, que a los infinitos males políticos y sociales que nos aquejan hay que añadir el del mal rollo. Se trata, al parecer, de una nueva dolencia cuyos orígenes hay que buscarlos en el ocaso del bipartidismo. Lo síntomas: sectarismo, intransigencia, dogmatismo…, que se traducen en la dificultad para pactar. Antes, como con Franco, esto no ocurría, porque no había nada que pactar.

Consecuencia de este estado de cosas es, por ejemplo, el titular de primera con que nos regala El País del martes 7 de junio, según el cual el 80% de los españoles ven pésima la actual situación política. ¿Por qué esa visión tan negativa? ¿Será consecuencia de una mirada colectiva propia o reflejo de lo que la casta mediática y adláteres se empeñan en transmitirnos? En cualquier caso, nada fácil esto de evaluar la situación política teniendo en cuenta los múltiples y complejos ingredientes que la integran.

Lo más curioso de la noticia es que, a renglón seguido, se nos dice literalmente que «el hecho de que haya un Gobierno en funciones tras el fracaso de la IX legislatura y la repetición de las elecciones solo es visto como un problema por el 5,2% de los consultados«. ¿En qué quedamos? ¿Cómo casar el pésimo 80% con el irrelevante 5,2%? ¿Responde a un desenfoque a la hora de plantear las preguntas sobre la situación política? ¿Es consecuencia de un análisis poco riguroso de las respuestas? ¿No será que, simplemente, alguien está interpretando los datos con la intención de generar una atmósfera maléfica con la que favorecer a los amigos?

Así parece ser si se tiene en cuenta que lo más significativo del sondeo que cita El País es que un 75,3% de los encuestados consideran que el principal problema que existe actualmente en España es el paro -dato que se mantiene constante desde hace años- y en segundo lugar la corrupción. Siempre según la encuesta, la independencia de Cataluña solo preocupa a un 0,6% de los encuestados y la Monarquía como problema a un 0,2%.

Por si pudiera quedar alguna duda, en el mismo número de El País se publica un artículo firmado por Ignacio Urquizu, profesor de Sociología y candidato del PSOE al Congreso de los Diputados por Teruel, que empieza diciendo que «el multipartidismo genera algunos déficits democráticos«. ¿Será un lapsus? ¿No querrá referirse al bipartidismo al afirmar tal cosa? Pues no, a juzgar por las carencias que achaca al multipartidismo: «Dificultad para deshacerse de los partidos políticos impopulares», «enorme autonomía que ganan los políticos frente a los ciudadanos» y «déficit explicativo». Todo lo cual, a su juicio, desemboca, como fue el caso de la reforma del artículo 135 de la Constitución, en que los ciudadanos «no disentían en el fondo, sino en las formas«. Es decir, a la gente no le interesaba tanto que el PSOE y el PP pactaran la ley de estabilidad presupuestaria con nocturnidad y alevosía, sino que no se hubiera sometido a consulta. ¿No sería acaso que estando cantado lo que saldría de un referéndum, había que pastelearlo entre socialistas y populares?

Por si pudiera faltar algo para seguir remachándonos la ingobernabilidad, el arriscamiento y espíritu jabalí que nos caracteriza, Jesús Ruiz Mantilla dice en el mismo periódico y el mismo día que el segundo encuentro entre Pablo Iglesias y Albert Rivera en ‘Salvados’ «certificó el mal rollo, conversaciones para sordos, diálogo de besugos y cuentas que queman». Enterémonos: el problema, según El País, los que de él cobran, sus correligionarios, amigos, colegas y cohorte, no está en el fondo de lo que estamos viviendo, sino en la forma. «De seguir así, sin atisbos de generosidad en el debate, el porcentaje de descreimiento alejará a demasiados votantes de las urnas«, recalca Mantilla.

Y en este redescubrimiento de las formas, que no ha sido precisamente lo que más ha connotado a quienes de siempre han venido mandando, aparece la «nueva política«. ¿Por qué que esto de la nueva política? ¿Podemos y Ciudadanos? ¿Y la vieja? ¿PP y PSOE? En todo caso, se trata de nuevos y viejos partidos y no de nueva y vieja política. Porque la política es otra cosa. ¿O no? Siguiendo la secuencia dominante, o como se le quiera llamar, se desemboca, naturalmente, en la lógica tonta del buen rollete, asociado a la «nueva política». Postureo, en versión sarcástica. Espesa cortina de humo para evitar que se hable del qué, haciéndolo del cómo. ¿No será como con lo del ladrón (que cree que todos son de su condición) que el mal rollo es más bien propio de los que tanto les gusta hablar de él?

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